Óscar Alfredo Erquizio Espinal

 

El economista peruano que se volvió búho

/Aleyda Gutiérrez Guerrero/

No es búho de formación, vino de lejos… pero como si lo fuera. Más de 40 años han pasado ya desde que llegó a la Universidad de Sonora para quedarse, los cuales considera han sido los mejores de su vida, en cumplimiento de una vocación: la de maestro.

Lo anterior hace referencia a un texto escrito hace un tiempo por Óscar Alfredo Erquizio Espinal, y en la actualidad lo reitera: “Los profesores universitarios vivimos por y para la Universidad. Pasan los años y nos negamos a irnos, nos quedamos y solo nos despedimos al final”.

“Tengo 42 años de mi vida en la Unison, estoy ya en un proceso de balance, y mi balance es extraordinario para mí, porque he tenido logros y la Universidad ha sido sumamente generosa para mi vida académica; yo llegué como licenciado y la institución apoyó mis estudios de maestría y doctorado”, resalta.

Erquizio Espinal es Ingeniero Economista por la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), de Lima, Perú; Maestro en Ciencias con mención en Planificación y Desarrollo, por el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) y Doctor en Economía por la UNAM.

“Estoy cosechando lo que pude sembrar en la Universidad porque ha habido un sueño fértil, estoy muy agradecido con la institución, porque creo que en otro entorno no hubiera tenido los logros que he tenido aquí.

“Siento que los estudiantes que me conocen me brindan su aprecio, su consideración; tengo compañeros profesores de muchos años, con los que trabajo en diversas instancias. En general, estoy satisfecho con mi vida, porque hice lo que creo que era mi misión: ser profesor, ser investigador y me gusta lo que hago y lo voy a seguir haciendo.

“Pienso que no me voy a retirar, quizás la salud me retire, pero no las ganas, tengo entusiasmo todavía por seguir desarrollando mis tareas, puedo seguir dando a la Universidad mi experiencia, sobre todo, ya que a esta edad uno ya puede decir cosas que hace diez años no podría haber dicho, pues uno gana con el tiempo”, expresa.

Fructífera trayectoria

El docente en la Licenciatura en Economía y en el Posgrado en Integración Económica también ha sido integrante de distintas comisiones y funcionario del departamento. Participa en distintos grupos de investigación y dentro de academia ha sido reconocido con el Perfil Promep (SEP).

Ha recibido en distintas ocasiones el Premio Anual como investigador y profesor por parte de la Universidad de Sonora y ha sido distinguido como maestro por varias generaciones de la Maestría en Administración Pública del Instituto Sonorense de Administración Pública (ISAP).

Es autor de varios libros de forma individual y en coautoría, entre ellos, Gran Contracción 2020 en México, Una perspectiva global, nacional y regional, Dinámica Económica de México: Un enfoque regional; Sistemas Económicos Comparados: Crisis, Transiciones y Prospectivas; Expansiones y Recesiones en los Estados de México; Ciclos Económicos en México; Las Hipótesis de Marx. El debate actual, así como Socialismo: Teoría, Crisis y Reformas.

Considera que una de las principales aportaciones que ha hecho a la alma mater es como investigador, lo que lo ha llevado a pertenecer el Sistema Nacional de Investigadores, primero en Nivel I y ahora en el Nivel II.

“Se crearon posgrados en la Unison y, particularmente, uno en el Departamento de Economía en la que he podido desarrollar actividades de investigación y de dirección de tesis, las cuales me han permitido ser miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II, nombramiento que se extiende al año 2036, por lo que ya no estoy sujeto a evaluación”, comparte.

El académico revela que estos últimos dos años afrontó el reto de ser profesor a distancia, y pensó que sus capacidades docentes se iban a perder, pero no fue así, según le comentan sus estudiantes.

Se ha dado, señala, esa conjunción de buenas condiciones para que ocurra esto en su unidad académica y que ello se haya combinado con su esfuerzo; pero, aclara que su esfuerzo individual no hubiera servido de nada sin ese entorno, sin la creación el posgrado, que éste continúe y que haya un buen ambiente de trabajo.

“Esta es una universidad buena, he tenido la oportunidad de viajar mucho en este país y como la Unison hay pocas, por sus condiciones de trabajo, con buen contrato colectivo, hay una gran libertad para la docencia, para la investigación y a nivel personal, incluso. La relación con la jefatura siempre es una relación de pares, nunca nos hacen ver que hay jefes y hay subordinados, para nada, y en otras universidades no es así.

“Eso ha sido muy positivo para mi desarrollo personal y profesional, en eso he contribuido, tengo obra, he podido escribir como investigador y lo que he podido sacar dando clases, y la Unison ha sido también un propiciador de eso, porque ha habido fondos para publicar, es algo extraordinario, porque es difícil publicar y se ha dado esa conjunción”, indica.

Destaca también la importancia de sus compañeros, principalmente de Miguel Ángel Vázquez, porque gracias a su pasión impulsó la Maestría en Integración Económica, proyecto al que él se sumó y que le permitió seguir como investigador.

Habla además del crecimiento de la Universidad de Sonora en todo aspecto, lo que hizo que su trabajo pudiera resaltar, y agradece el trabajo de los coautores de los libros que ha escrito, así como el de su familia, principalmente de su esposa, para tener la paz y el tiempo para dedicarse a sus proyectos.

“No soy un hombre práctico, soy más de escritorio, yo no soy un impulsor de proyectos colectivos, soy muy ensimismado, siempre he necesitado líderes que para mí son fundamentales.

“También he tenido maestros excepcionales en mi formación desde la primaria hasta los posgrados. Mis referentes son cinco o seis profesores definitivos, a quienes les aprendí mucho”, dice.

Su gran aporte

Considera que en este momento de su vida está cerrando agendas, ya desde 2014 publicó un libro que reunía ensayos que habían salido en algunas revistas y no se habían divulgado mucho, Sistemas Económicos Comparados, que es como su bibliografía intelectual, indica.

Refiere que es una persona que lee libros, los sistematiza, los enseña y también se define como un investigador empírico. Ahora se ha fijado algunos objetivos como la posibilidad de un octavo libro que incluya su experiencia y el material acumulado tras once años de impartir el curso de globalización en el posgrado; además de escribir algunos ensayos pendientes acerca de economistas que admira y que para él merecen un homenaje.

“Mi sabático es el 2024, lo tomaré y decidiré si tengo todavía la energía y el entusiasmo para seguir en el aula, porque un profesor va perdiendo cualidades, y hay que comunicar al estudiante pasión por lo que uno hace, no solo presentarte porque te pagan. A mí me gusta lo que hago, hace dos años que no doy clases presenciales, pero aún me satisface mucho eso de leer, sistematizar y verbalizar”, indica.

Como investigador, su principal logro, y por el cual ha sido reconocido es su aporte en ciclos económicos regionales, tema derivado de su tesis doctoral con la que se tituló en 2003.

“Se me ocurrió que lo que había publicado para establecer cuáles son los ciclos económicos en México podía aplicarse también a las regiones, empecé por Sonora a documentar eso con estadísticas y reflexiones, y me di cuenta que se podía hacer en todos los estados.

“Cuatro años después de titularme me dediqué a identificar ciclos regionales, a explicarlos, a compararlos y ahí tuve aliados, especialmente uno de mis directores de tesis, Pablo Mejía Reyes, de la Universidad Autónoma del Estado de México. Muy importante su papel como catalizador de esto, porque formamos una red de investigación en estos temas, él liderando y yo apuntalando y empecé a sacar artículos, libros con autores locales, hace poco un alumno de posgrado, Julio Iván García, investigó los ciclos de Estados Unidos con mi metodología.

“Entonces, puedo decir que los ciclos regionales son mi aporte, soy casi el inventor, quizás no el que mejor los analiza, porque hay varios que lo hacen con técnicas más sofisticadas, pero soy pionero en eso y es una gran satisfacción descubrir cosas, en mi caso, analizar números, encontrar tendencias y hacer deducciones con base en los números.

“Es mi aporte al conocimiento y se lo debo a que vine a Sonora, vi México desde la región, porque si me hubiera quedado de profesor en la Ciudad de México hubiera sido uno más, porque ellos ven la nación, pero que haya economistas que vean las cosas desde la región no somos muchos y ahí uno puede diferenciarse, encontrar su lugar y así lo encontré, no sé cómo, pero la vida me fue dando las pautas. Esa es mi contribución”.

Dos profesiones

Erquizio Espinal platica que la Economía no fue su primera opción para estudiar, al concluir su formación secundaria —porque en Perú no existe el nivel de preparatoria—, ingresó a una ingeniería, pero decidió no entrar, “felizmente”, confiesa.

Al otro año se preparó nuevamente para ser admitido en la Universidad, que no es fácil, dice, porque eran pocas y muy exigentes, y fue esta vez que eligió Economía, en un principio no supo muy bien por qué, pero entendió después que, por su gusto por los números, la lectura y voltear a ver a la sociedad, esa era su vocación, revela.

Luego descubriría su otra pasión, gracias a que trabajó en una institución en Perú, que equivale al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), donde fue instructor de los cursos de economía que se daban para funcionarios públicos.

“Fui profesor durante un año y me di cuenta de que eso me gustaba, dar clases todos los días, estudiar. Entonces ya era un economista y digamos tenía capacidad de transmitir conocimiento y alguien me dijo tú ya tienes dos profesiones. La vida me estaba preparando para venir a México y poder ser profesor”, declara.

Le gustó la tortilla

Difícil es resumir el proceso y las circunstancias que se presentaron para que Alfredo Erquizio llegara a establecerse en nuestro país, después en Hermosillo y en la Universidad de Sonora.

Pero ¿cómo es que sale de Perú, se atreve a vivir esta aventura, logra el arraigo y que le comiencen a salir las alas? Porque con más de 40 años en esta institución nadie puede negar que es un búho de corazón.

“En el proceso hubo muchas circunstancias favorables. Yo llegué a la Unison el 2 de octubre de 1979, un lunes, se me había contratado por teléfono, por ciertos contactos que me recomendaron. Les dijeron a los jefes de ese momento que había un peruano que vivía en Ciudad de México y que estaba buscando empleo.

“Yo en ese momento tenía horas de asignatura en el Instituto Politécnico Nacional y se me entrevistó y se me contrató por teléfono. Llego el 2 de octubre en la mañana y al otro día di clase sobre Economía Mexicana, pude hacerlo porque en el Politécnico, por unos meses, me asignaron ayudantía para alumnos que estaban haciendo su tesis y tuve que leer al respecto”.

Reconoce que llegó a cometer errores y que los alumnos más francos se lo hicieron ver, y recuerda que en ese tiempo era más difícil ser maestro, por lo menos en escuelas donde había mucha crítica social, donde los estudiantes se preparaban mucho por su cuenta y cuestionaban al maestro, por ello los profesores debían tener claridad sobre qué y cómo contestarles.

“La vida me fue preparando para este momento, yo no sabía que iba a salir de mi país y que me iba a dedicar a profesor pensé que iba a ser solo profesional, tuve siete años de experiencia en Perú como economista de secretaría, pero de los 30 hasta los 72 años he sido docente. Soy un hombre de libros, de reflexión y de teoría, esa ha sido mi vida en este camino”, comparte.

Antes de venir a México en su país natal se desempeñó como economista en la Oficina Nacional de Estadística y Censos del Perú y en la Oficina Sectorial de Planificación del Ministerio de Industria y Turismo.

En su trabajo no tenía una base y el gobierno militar que estaba de salida en el 79 había decidido desburocratizar porque estaba en déficit y querían reducir el número de trabajadores de todo tipo, incluso profesionales, pero gracias a un movimiento social por el recorte se logró tener derecho a indemnización.

Con este capital y que en Perú no se veían muy claras las perspectivas económicas, pensó como muchos otros jóvenes profesionistas en emigrar, aunque ya estaba casado y con dos hijos pequeños. Siguió a México a algunos de sus amigos más queridos que ya se habían adelantado, quienes ya tenían empleo, donde vivir y lo animaron a emprender el viaje.

Uno de los objetivos de venir a nuestro país era ingresar al Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), había postulado desde Lima, pero al no lograrlo comenzó de inmediato a trabajar de maestro en el Instituto Politécnico Nacional, era mayo de 1979.

“Fue una migración en la que concurrieron factores, otro de ellos es que un compadre mío, un gran amigo, Ángel Moschella, tenía el mismo plan y entre los dos nos apoyábamos emocionalmente porque era una decisión difícil. Estábamos jóvenes, él no tenía hijos, yo sí, pero me arriesgué, salí y nunca pensé que no iba a regresar, uno cuando emigra dice estudiaré, ganaré algún dinero como profesional y regresaré.

“A los dos o tres meses en México, en una reunión de peruanos, estábamos comiendo, y todos los compañeros que estaban sentados en la mesa conmigo dijeron que todavía no les gustaba la tortilla, que no se acostumbraban, porque los peruanos comemos todo con arroz blanco. Y a mí sí me gustaba la tortilla y el mole, entonces me dijeron tú no vas a regresar, y es histórico, esas personas que casi emigraron junto conmigo en la misma época todos regresaron a Perú, mi compadre incluido. Yo me quedé”.

Reitera que, además de su rápida adaptación a la alimentación y a encontrar pronto un empleo, influyó que cuando llegó a Hermosillo tuvo un trabajo más estable, fue profesor de tiempo completo, aunque renovaba contrato cada seis meses, hasta 1985, con la reforma de Manuel Rivera Zamudio que implementó el Estatuto del Personal Académico (EPA) y obtuvo una plaza. También tuvo más adelante la oportunidad de estudiar sus posgrados con el apoyo institucional y eso hizo que su estancia se alargara hasta hacerse definitiva.

“Entonces eso fue, nunca hubiera salido de mi país sin ese apoyo que el propio gobierno me dio, si mi amigo del barrio, de la juventud no viviera en México, estuviera establecido y que yo tuviera dónde estar.

“Nunca hubiera salido de Perú si mi compadre, que era más audaz que yo no me hubiera animado. Sin el respaldo de mis papás; si mi esposa, que era muy joven, no se hubiera querido quedar allá. Son circunstancias que no se dan juntas, uno tiene que estar a contracorriente si toma decisiones tan grandes, todo esto me ayudó a salir.

“Yo no puse más que cierto momento de decisión, fue muy fácil para mí salir y luego se ha hecho no posible regresar, porque estoy a gusto, tuve logros acá, ¿cómo los reconstruyo en Perú? Es difícil, no se iba a dar eso. Y me fui quedando y así fue mi vida, de 72 años que tengo, 30 años estuve en Perú y 42 llevo en México”.

El cielo azul de Sonora le da la bienvenida

¿Y cómo es que lo contactan para venir?

Responde:

“Todo economista en Perú esperaba entrar al Centro de investigación y Docencia Económica, era una institución muy importante y muy generosa, porque becaba no sólo a los aspirantes nacionales sino a los extranjeros y los peruanos lo sabíamos, y todos aspirábamos a entrar ahí y venir a México a estudiar, era la mejor escuela de economía de posgrado que había en toda América Latina en esos tiempos”.

Platica que uno de sus compañeros de trabajo en Perú sí logro entrar al CIDE y vivía en una pensión que se caracterizaba porque acogía a estudiantes de la provincia, y llegó una vez un profesor de Sinaloa que estaba contratado en la Universidad de Sonora, quien comentó que iba renunciar a su puesto de profesor, por lo que su amigo Ernesto Gálvez de inmediato lo recomendó a él.

Fue así que recibió la llamada de Francisco Montaño, en ese momento coordinador de la Licenciatura en Economía en la casa de estudios sonorense y le ofreció el empleo; dada su precaria situación económica, también le mandó para el pasaje para que pudiera trasladarse desde la Ciudad de México.

“Francisco Montaño fue alguien muy decisivo para que yo me sintiera acogido acá en Hermosillo, también estaban en ese momento en puestos directivos Pablo Montoya y Miguel Jiménez Llamas, quienes me recibieron con gran comprensión de mis necesidades, me ayudaron a tramitar un préstamo en la caja de ahorros y en un mes pude traer a mi familia de Lima”, comparte.

Cuando llegó a Sonora le sorprendió que el ingreso era libre en las universidades, porque venía de una sociedad donde para entrar a la universidad pública 10 a 1 era la probabilidad, ya que había sólo tres en la capital. No podía entender que aquí era totalmente libre en ese momento y entraba quien quería estudiar.

“Otra de las cosas hermosas que me encontré en Sonora es el cielo, porque en Lima no se ve cielo, es siempre nublado, sólo durante el verano limeño, que es entre enero y marzo, quizás veas el sol, pero normalmente es nublado, es gris. Me llegó a gustar el sol, ese azul del cielo, es un activo que tiene Hermosillo, que claro, hay que soportarlo, saber vivir en un clima tan extremo”, comenta.

También comparte que jugó a su favor ser extranjero porque al llegar acá no lo podían asociar políticamente con ningún grupo, incluso revela que un tiempo hubo tres peruanos, él y dos compañeros más en la misma área académica y mientras estuvieron aquí sí fue asociado al grupo de los peruanos, dice sonriente.

“La identificación fue muy fácil y el sonorense es muy abierto en su expresión y yo me acostumbré porque los alumnos inmediatamente trataron de forjar una relación amistosa conmigo. Cuando yo llegué a México me di cuenta que no iba a tener diferencias porque el mestizaje es similar, porque soy moreno, si no hablo no se dan cuenta que no soy de este país. Cuando pasé por el centro de México me dije, son igualitos, el que va ahí puede ser mi tío”, señala.

Esa es su interpretación: circunstancias demasiado favorables para que se desenvolviera en México las cuales han continuado. Indica que nunca se ha sentido mal, al principio un poco extrañando a sus padres, porque en ese tiempo la comunicación por teléfono era costosa y solo les hablaba para su cumpleaños.

Platica que en 1986 vinieron sus papás a visitarlo y su mamá, a pesar de estar en pleno agosto, con el calor en todo su esplendor, le dijo: “tú nunca vas a regresar, estás en el paraíso, tienes empleo, tienes un buen auto, se ve que tú y tu familia están a gusto”.

Y aunque no para vivir, regresó a Perú en los años 82, 88 y 91. Y a partir de 2003 cada año pudo ir porque ya se lo permitió la economía. “Siempre es necesario regresar al terruño, pero yo sé que acá está mi lugar, mis nietos, y acá estaré hasta el fin…”

Salió de la Avenida México

Su último domicilio en Lima estaba ubicado en la Avenida México, casualidad o causalidad, pero de ahí partió al país azteca.

En esa casa construyó su primer hogar con su esposa Sofía Alcántara Casasola, con la que se casó en 1975, cuando ella tenía 20 años y él 27.

En aquel tiempo ella tenía intención de ingresar a la universidad, pero sus planes se aplazaron un poco, y más adelante, viviendo ya en Hermosillo, estudió Trabajo Social en la Universidad de Sonora, profesión que desempeña actualmente en el área de consultorio médico de la alma mater.

Al llegar a México su hijo Carlos Alfredo tenía tres años y medio, y su hija Delia Isabel apenas un año y once meses. Ambos se convirtieron en profesionistas: él arquitecto y ella Ingeniera Industrial. Él estableció su residencia en Hermosillo, mientras que ella emigró, como sus padres, y ahora radica en Japón.

“Tengo dos nietos que nacieron y viven aquí, Carlos Iván y Juan Pablo, y una nieta llamada Mitsuki, por ella conocemos Tokio, estuvimos allá para su nacimiento”, platica orgulloso.

Acerca de la familia reconoce que es fundamental para él todo el apoyo que ha recibido, pues el tipo de trabajo que hace requiere alta concentración, y cuando realizó sus tesis de maestría y doctorado requirió enclaustrarse en su cubículo y siempre tuvo la comprensión de su esposa.

“Es fundamental, tuve su apoyo total para tomar la licencia para estudiar y no viajar con ella, porque trastocaba la vida de los hijos y hasta el presupuesto”, dice de la mujer a quien conoció gracias a que sus papás eran del mismo pueblo en Perú, compadres y cuyas familias socializaban juntas.

“Dentro de las virtudes de mi esposa están el apoyarme, incluso cuando le dije me quiero ir a México y quizás me falle, quizás eso sea un retroceso económico para nosotros, pero nunca dijo que no, pudo haberlo dicho.

“Cuando estuvo acá no se quejó nunca, tomó las clases, se hizo al ambiente, también encontró su lugar, ella es buena trabajadora social, le gusta ayudar a la gente, tuvo mucha suerte de encontrar por sus méritos un trabajo en la Unison que fuera afín a su personalidad”, comparte.

La influencia materna

Nació en Lima, Perú, en el año de 1949. Vivió en un barrio popular llamado El Porvenir, en el Distrito de la Victoria, describe que el departamento estaba ubicado en la parte superior de un billar, en la avenida Bolívar, que después cambió su nombre a Bauzate y Meza. “Había cerca de un parque y un cine”, dice.

Sus padres fueron Óscar Erquizio Anaya y Esperanza Espinal Ampudia. Platica que su papá fue un hombre que no tenía un alto grado de educación, solo la primaria, pero tuvo buenos puestos, un hombre que logró salir adelante como administrador de una empresa grande. “De él tengo la disciplina, lo recuerdo todos los días bien vestido, salir, llegar a la hora, volver. Lo visité muchas veces porque me iba de la escuela a su trabajo y me llevaba a casa, veía la responsabilidad, la pulcritud, él así era, un hombre de horarios también”.

Su mamá fue enfermera obstetra, educada para atender partos. Ella teniendo trabajo como profesional se convirtió en madre, lo que no era muy frecuente en ese tiempo, que la mujer tuviera empleo, cuenta.

Fue el mayor de cinco hermanos y el primero en salir de su país; después lo haría su hermana para vivir en Estados Unidos, por esta razón toda la descendencia familiar vive fuera del Perú, revela.

Sus hobbies son la lectura, principalmente, también el cine, ver series y la música. Confiesa que fueron inculcados desde niño por su mamá, quien es fundamental en su vida, una gran lectora de libros y apasionada del cine; por ella fue que conoció las películas mexicanas desde muy joven, y ríe al platicar que en el álbum fotográfico había una foto de Jorge Negrete, como si fuera parte de la familia.

“Mi mamá me sentaba a su lado para que la acompañara a ver películas que ella ya había visto, por ella tengo una cultura cinematográfica, incluso de cine mexicano. Yo vi películas de Pedro Infante en cines de barrio peruano, a pantalla grande. Y mi mamá no llegó a disfrutar a Vicente Fernández, pero Javier Solís era lo máximo para ella, tenía sus discos.

“En los 50’s la cultura mexicana era muy influyente en Perú, por el cine y la canción; en la actualidad, el máximo regalo que puedes dar al homenajeado en una fiesta es traerle un mariachi”, destaca.

Lamenta que su mamá, quien además escribía poemas, no hubiera llegado a ver su obra publicada, porque su primer libro salió en 1992 y su madre había muerto un año antes.

“Paso mi vida leyendo, desde siempre, ahora leo un poco más de literatura, y últimamente en la desventura encontré una aventura. En 2013 se me desprendió la retina y perdí la visión de mi ojo derecho, eso me obligó a tornar a la lectura en el iPad, porque es la única forma que yo puedo ver el texto y me abrió la posibilidad de leer más todavía. Así es menos oneroso y más instantánea la disposición de los libros”, señala.

Alfredo Erquizio es un profesional que cultivó sus cualidades y su pasión por la lectura y docencia, que dieron su fruto en Hermosillo por circunstancias de la vida, todas favorables, reitera.

“Soy afortunado, un académico y lector de tiempo completo, me gustaría hacer escritura creativa pero ya no me alcanzó la vida, quizás debí haber seguido en las letras, pero amo más la economía que la literatura. Todo lo que hago es referido a cosas intelectuales, vivo de eso”, concluye.