El paisaje urbano debe propiciar una mejor interrelación humana: Federico González Sánchez

11 de julio de 2019


Jesús Alberto Rubio

Las rápidas transformaciones físicas y ambientales de Hermosillo, aunadas a los diversos problemas sociales que le aquejan, han traído un preocupante desarraigo ciudadano hacia el entorno urbano y la falta de respeto, cooperación y pertenencia social y humana, afirmó Federico González Sánchez, académico del Departamento de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Sonora.

El profesor investigador universitario se lamentó el ver cómo los habitantes de esta capital sonorense continuamente están afectando un entorno urbanístico que desconoce, ante su rápido crecimiento demográfico, y que incluso le es indiferente por una falta de “conciencia del paisaje”.

Tal situación, dijo, le provoca carencia de sensibilidad hacia ese bien patrimonial, de ahí que el fomento de una educación ciudadana adquiera importancia substancial, orientada a incentivar la percepción de la comunidad hacia los cambios del entorno que la rodea y su acercamiento a la forma en que se entiende el paisaje urbano desde sus múltiples dimensiones.

“El paisaje urbano define un lugar y también su imagen; es la manifestación de una realidad social, histórica y cultural; es un hecho estético, pero también simbólico, considerando además la existencia de fenómenos naturales e inmateriales, cambiantes y divergentes, asociados a un lugar”, expresó.

Fragmentación del espacio

Federico González señaló que lo que llama transcurso de la temporalidad, la fragmentación del espacio construido y especialmente la urbanización difusa, ha provocado la dispersión del territorio y, por consiguiente, la percepción de los paisajes citadinos considerados tradicionalmente, y provoca un crecimiento desorganizado que destruye la lógica territorial en el ámbito de las ciudades latinoamericanas, lo cual es aplicable al caso de la ciudad de Hermosillo.

“Esto trae consigo diversos equipamientos e infraestructuras pesadas, así como la generación de una “arquitectura débil”, con muy baja calidad estética, provocando una cadena de paisajes mediocres basados en la bucólica imagen de lo “bonito”, dominado por la importancia de lo trivial”, dijo el docente de la carrera de Arquitectura.

Mencionó que la proliferación de fraccionamientos, con su falta de originalidad y calidad, en su afán de cubrir la demanda ha producido un paisaje neutro, ajeno a las condiciones de las vivencias en los espacios habitables, como “opresión en el ambiente urbano.”

La cualidad sensible del paisajismo citadino, indicó, es un tema de análisis fundamental frente a la interacción del ser humano y la sociedad, la cual se refiere a la naturaleza, identidad particular dentro de los contextos económicos sociales y políticos, y es por lo tanto la procuración de la evolución y la adecuada calificación del espacio físico dentro de la colectividad, luego de superar las necesidades básicas de los habitantes.

Por ello, afirmó que el paisaje urbano debe propiciar una mejor interrelación sensible con el ser humano y llegar a ser un instrumento educativo, de sensibilización, comprensión y tranquilidad en un espacio temporal determinado.

Señaló que la comunicación y la información son factores de gran importancia para lograr un nuevo equilibrio entre el individuo y su entorno, su calidad, contenido, forma y utilidad, retos que debe enfrentar la percepción del paisaje en la época actual.

Puntualizó en que para que exista una imagen positiva de ese entorno urbano no se debe considerar a las ciudades como un “objeto”, sino concebir a la urbe inmersa en un proceso de identificaciones y orientación por medio del vínculo estratégico, que es presencia material e inmaterial, “una representación mental generalizada del ente físico que posee un determinado individuo o grupo”.

Una carga simbólica

En su tesis de doctorado en Arquitectura, La percepción del paisaje urbano, una aproximación/ rediseño y uso del espacio público, planteó que en la contemporaneidad es necesario apropiarse del término paisaje con toda su carga simbólica cultural, social, económica y ambiental. Su percepción, añadió, va más allá de cualquier apreciación estética, porque involucra la interrelación de todos los componentes espaciales y ambientales, considerados como recursos materiales y culturales del ser humano.

El espacio habitable –el paisaje urbano— o el territorio donde el ser humano se encuentra estrechamente relacionado por las ideologías que conforman los sentimientos de su vida, dijo, y que en consecuencia no debe pensarse como un objeto, sino como la representación subjetiva del cruce entre la naturaleza y el mundo cultural presente; es decir, como una construcción simbólica.

“El paisaje no se debe entender únicamente como el espacio físico donde se desarrollan actividades o el lugar donde se produce su arquitectura, delimitada y creada por el hombre y, por lo tanto, el conjunto de elementos que está ahí, presentes ante nosotros, sino que es una construcción conceptual de nuestra cultura”, concluyó.