Manuel Armando Lizárraga Rubio

Aleyda Gutiérrez Guerrero

La química para Manuel Armando Lizárraga Rubio no solo es un cúmulo de conocimientos, es también una forma de pensar, una pasión y un estilo de vida, ser maestro de tiempo completo para él fue complejo, pero también un privilegio.

Señala que tuvo la fortuna de ejercer la profesión de docente por casi 39 años, y en el transcurso de casi cuatro décadas entendió que impartir la química general era un buen pretexto para intentar formar mejores profesionistas, mejores seres humanos.

Armando se describe como una persona inquieta, que en un tiempo creyó que se podía tener una mejor sociedad, una mejor vida, y de pronto se dio cuenta que querer cambiar las cosas no es posible como él las pensaba y decidió tratar de hacer un cambio, pero desde el interior del aula.

“Quise aportar un poco a los alumnos, con la idea de que el docente influye a veces, y me convertí en alguien consciente de que se pueden hacer cosas mejores y qué mejor lugar que a través de la docencia, en el salón de clases”.

Por lo anterior, el ahora maestro jubilado de la Universidad de Sonora se considera alguien que se entregó al trabajo y sus ideales los trasladó a otro lugar.

Cae más pronto un hablador…

Fue en agosto del año 1973 que llegó a Hermosillo a estudiar la Licenciatura en Química en esta casa de estudios.

“Cuando llegué a la Unison no sabía qué estudiar, vi los planes de estudios, para ver qué es lo que se me facilitaba más y dije: matemáticas es lo más fácil para mí, tenía 100 desde primaria; pero pensé ¿de qué trabaja un matemático? ¿De docente? Entonces matemáticas no. ¿Qué otra licenciatura puedo tomar que se me haga fácil? Y me encuentro con Ingeniería Civil, y dije esta puede ser una alternativa, pero empecé a ver el temario y había que comprar útiles y materiales que consideré que por mi estrato socioeconómico bajo no podría hacerlo, así que la descarté.

“Y me encuentro con la carrera de Química, que entre sus materias tenía cuatro químicas, cinco matemáticas, cuatro físicas y dije esta es la mía, la termino con los ojos cerrados”, revela.

Armando Lizárraga platica que, en su momento, para ingresar a la Universidad no tuvo que hacer examen de admisión y se aceptaba a todos los estudiantes, por lo que le tocaron aulas masivas, y que en alguna clase llegaron a estar 150 alumnos.

“Nos daban clases en el aula magna y había una materia que compartíamos con los Ingenieros Industriales así que estábamos nosotros, más 50 de ellos, éramos 200 alumnos.  Por otro lado, hubo una gran comunidad a la que nos quisieron cortar el cabello, a algunos sí nos lo cortaron, pero se logró evitar que se siguiera haciendo, rompimos la tradición…”

Dice que transcurrido un año de sus estudios intentó cambiarse a la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), porque tenía posibilidad de hacerlo debido a que dos de sus hermanos estaban en la Ciudad de México, pero el hecho de que podría perder un semestre o un año de clases lo hizo desistir. Así que continuó su preparación en esta casa de estudios, de la cual egresó en enero del 78.

Cuenta la anécdota de que en una reunión de despedida de la licenciatura uno de sus profesores le deseó que, cuando fuera maestro, ojalá tuviera un alumno como él para que supiera lo que se siente, a lo cual rápidamente le contestó Lizárraga: “nunca seré maestro”.

Bien dice el dicho “cae más pronto un hablador, que un cojo”, porque apenas habían pasado unos días de que egresó de la carrera, cuando ya se encontraba como profesor de horas sueltas en el plantel Jalisco del Colegio de Bachilleres, en Ciudad Obregón, donde impartió materias como Técnicas de Laboratorio Químico I, Química II y Biología I. En agosto de 1979 fue nombrado maestro de tiempo completo en esa institución.

“Yo salí un 28 de enero y para el 9 de febrero estaba dando clases, pero según yo era por mientras conseguía otro trabajo, porque yo no me veía como maestro toda mi vida. Obviamente fui sufriendo una transformación al paso de los años, me pierdo en qué momento de mi formación dejé de creerme un docente y me volví un aprendiz de docente, el que se tenía que estar preparando; se me olvidaba y me volvía a creer…

La docencia es una profesión

Diez años después de que llegó como alumno a la Universidad de Sonora regresó a su alma mater en el verano de 1983 para iniciar en ella su carrera como maestro en el Departamento de Ciencias Químico Biológicas, y simultáneamente ingresó al Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) como parte de la primera generación de la maestría.

“Cuando me vengo a la Unison e ingreso a la maestría del CIAD adquirí nuevos conocimientos, nuevo enfoque y fui conociendo la manera de enriquecer mis clases con lo que estaba aprendiendo; además, me inscribía en todo curso que la institución nos traía, ya sea con instructores locales, nacionales o internacionales.

“Aprendí algo fundamental, que la docencia no es un oficio, como mucha gente lo cree; la docencia es una profesión para la que hay que prepararse, capacitarse y hay que actualizarse constantemente, de manera teórica y de manera práctica”, admite.

A la par del desempeño académico y profesional, Lizárraga Rubio también participó activamente en la vida político, académica y laboral que se gestaba en el estado, siendo consejero universitario como estudiante, secretario de Trabajo y Conflictos en el Sindicato de Personal Académico del Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora; consejero universitario maestro en el Departamento de Ciencias Químico Biológicas y secretario del Interior del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Sonora (Staus).

La gran cantidad de actividades trajo consigo uno de los arrepentimientos más grandes en su desarrollo académico, mismo que dice repercutió a lo largo de su vida de forma económica y profesional, y es que fue el único de los integrantes de la primera generación de la maestría del CIAD de no concluyó el grado académico, a pesar de tener como asesor al más laureado investigador del centro en ese momento y haber sido aprobada su tesis por un comité técnico para que iniciará con el trabajo experimental.

Armando señala que en el momento creyó tener “cosas más importantes que hacer”.

Promovió y disfrutó la Muestra Estudiantil

El profesor jubilado del Departamento de Ciencias Químico Biológicas y homenajeado en la Muestra Estudiantil 2022, que se realiza en esta área académica, fue nombrado maestro de tiempo de la Universidad de Sonora en el año 1986; de 1991 hasta 1995 fue coordinador de programa de la Licenciatura en Químico Biólogo, y del año 95 hasta el año 99 ocupó el cargo de jefe de Departamento.

Entre otras responsabilidades, también fue de 1991 a 2016 delegado de las Olimpiadas de Química en Sonora por la Academia Mexicana de Ciencias, y a principios de los años 90 fue el encargado de coordinar y participar como instructor de cinco diplomados de química, promovidos por la Secretaría de Educación Cultura, en asociación con la Universidad de Sonora, para maestros de secundarias generales del estado; además, fue coordinador divisional del Programa de Tutorías.

Destaca que la Muestra Estudiantil, que en la edición XXXIX llevó su nombre, tiene la visión de ir más allá de la teoría del aula, de la práctica del laboratorio, porque se conjuntan y se confrontan ideas, el alumno expone y se enfrenta a la crítica, a la opinión de pares.

Y aunque siempre ha creído que los reconocimientos deben hacerse en vida, señala que sí le sorprendió ser elegido para este homenaje dentro de la muestra estudiantil, y revela que al principio dijo no, porque considera que hay otras personas que también son merecedoras de esta distinción y antes que él.

Sin embargo, reconoce que sí fue un actor que la promovió y la disfrutó, y platica que a mediados y finales de los 90, una parte los trabajos presentados en las muestras estudiantiles de este departamento fueron llevados a dos secundarias y a cuatro pequeñas comunidades en el estado a través de las Caravanas de la Ciencia, algo que siempre vio como parte de su quehacer como docente y autoridad.

Orgullosamente búho

Resalta que la Universidad de Sonora le dio todo: la oportunidad de realizarse como persona y como docente. “La verdad, lo que yo viví aquí, en especial como estudiante, es de las cosas más hermosas de mi vida, que más disfruté”, expresa.

Además, destaca que en su familia todos son orgullosamente búhos: “siempre consideré mi alma mater como la institución donde mis hijos estudiarían, como un reconocimiento a la misma, a su nivel académico y aunque alguna vez pude pagar porque estuvieran en otra institución, jamás lo hubiera hecho, me parece falta de ética y falta de amor”.

Indica que por todo lo recibido, siempre intentó retribuir a la Unison, así como cumplir con una parte importante: la difusión y la divulgación hacia otros sectores.

“En el trabajo creo que di lo mejor en lo que pude, y participé en cuanta cosa me encomendaron; mi trabajo fundamental fue el de docente, definitivamente, si lo hice bien o no, los alumnos lo pueden decir; pero yo recibía algo y lo tenía que devolver y en ese sentido, a lo mejor dolores de cabeza, pero dejé lo más que pude de mi experiencia, de mi responsabilidad”, señala.

Maestro fundador en el campus Cajeme

En el año 2010 fue invitado a participar como maestro fundador del campus Cajeme, y regresa a su ciudad natal para cumplir con tal encomienda, ahí ocupó el cargo de coordinador de programa de las licenciaturas en Químico Biólogo Clínico y Ciencias Nutricionales, desde el 2011 hasta el 2015.

Armando Lizárraga admite que se siente satisfecho por el trabajo realizado, aunque confiesa también que fue complicado el inicio porque no tenían plantel propio, y otro de sus objetivos era que en poco tiempo se alcanzara el nivel académico deseado.

“Buscar que se pareciera el nivel al del campus Hermosillo fue mi tarea y creo que lo logré en los cinco años que estuve, aunque no teníamos las mismas condiciones. En Cajeme fue casi la parte final de mi trabajo, regresé a la Universidad lo que había aprendido, lo que me había formado, y lo mismo hice con otros entrenamientos que recibí, como las tutorías.

“Pero hay algo en lo que me siento super orgulloso, fui coordinador de programa de la licenciatura, fui jefe de Departamento y estuve en programas de tutorías por diez años, pero nunca abusé del presupuesto de la Universidad, mis viajes de Obregón a Hermosillo, comidas y otras cosas los pagué con mi sueldo”, declara.

Su orientación vocacional

Manuel Armando Lizárraga Rubio nació en Ciudad Obregón, Sonora, el 27 de agosto de 1955. Es el tercero de una familia de cinco hermanos: tres mujeres y dos hombres, que fueron criados por su madre, Juana Ventura Rubio.

Reconoce el trabajo de su mamá, una persona que solo estudió hasta segundo de primaria, pero que entendió la importancia de la educación e hizo lo necesario por sacar sus hijos adelante.

Hubo un tiempo, dice, que su padre intentó regresar a sus vidas y le enseñó a él a leer y escribir, a sumar, restar y multiplicar antes de entrar a la primaria, pero era tan estricto que no le permitía comer si no se aprendía las tablas sin errores.

Debido a esta precoz preparación, los primeros años de la escuela llegaron a aburrirle, aunado a que siempre fue un niño muy inquieto, por lo que comenzó a “hacerse la pinta”, hasta que un día lo descubrió su mamá y le dio un escarmiento que hizo que ya no le quedaran ganas de faltar.

“Ahí, me volví un adepto de la escuela, aunque yo iba y me enfadaba olímpicamente, además de que entré muy chiquito, entonces mi madre tuvo una muy buena ocurrencia para meter al carril a este chamaco vago y me pasaba las vacaciones trabajando con un tío que me traía en el sol desde los 9 o 10 años y tenía la consigna de darme los trabajos más pesados.

“Esa fue mi orientación vocacional, porque mi madre me dijo: ‘si no estudias te vas a dedicar a ese tipo de trabajos’, y mi tío tenía la orden de no enseñarme el oficio para que yo no quisiera trabajar de plomero. Y funcionó, porque preferí estudiar que dedicarme a eso”, comparte.

Como estudiante de secundaria, preparatoria y licenciatura, formó parte de los equipos representativos de básquetbol.

También platica que muy afortunado como universitario foráneo, porque la familia que lo recibió en Hermosillo lo acogió como un hijo y le dio comodidades a las que hasta ese momento no había tenido acceso.

“Además, tenía una hermana que ya tenía ingresos y que no estaba casada y quise aprovechar su apoyo, sabía que no podía reprobar un semestre y fui un alumno dedicado”, indica.

Después conoció a Irene Santacruz Pujol con quien ha compartido experiencias laborales, pero también la vida, con ella procreó a sus tres hijos: Dessiree Abbigail, Caleb Armando y Karel Axel, quienes ya le han dado la satisfacción de poder disfrutar a sus dos nietas.

Debía ser el ejemplo

Lizárraga Rubio cuenta que durante su práctica profesional tenía la costumbre de platicar con sus pupilos de nuevo ingreso de la importancia de iniciar una metamorfosis, de transformarse en el transcurso de la carrera de alumno a estudiante, aquel que aprende a aprender por sí solo, que siempre se sigue superando, sin necesidad de que el profesor lo lleve de la mano o le tenga que decir qué hacer.

“Siempre he sentido una gran satisfacción y un gran orgullo cuando veo que alguno o varios de mis estudiantes son mejores que yo, han hecho mejor las cosas y han ocupado puestos importantes y se encuentran en otros lugares del mundo; quiero pensar que yo contribuí un poquito en la formación de esas personas, que son mejores seres humanos, mejores profesionistas… la gente debe ser mejor que uno para que venga y lo reemplace.

“Además, yo siempre decía que la opinión que a mí más me interesaba era la de los estudiantes, eso me hacía reflexionar en si lo estaba haciendo bien. Espero que algunos alumnos tengan ese grato recuerdo de haber sido parte de ese proceso, siempre lo hice creyendo que daba lo mejor, con todos los errores que pude cometer, lo disfrutaba, era mi pasión y de pronto verse fuera de las aulas es feo, porque era una forma de vida, de la cual me siento muy orgulloso”, afirma.

Destaca que con el paso del tiempo se enamoró de la docencia, porque es trabajar con seres humanos, y es la parte más rica, más cambiante, que así se repita una y otra vez, los alumnos no son los mismos, las personas, las situaciones, el entorno y eso hace que cada curso sea diferente.

El hecho de no saber qué estudiar y posteriormente pensar que no se iba a dedicar a la docencia ahora lo hacen reflexionar en que aún con incertidumbre se pueden alcanzar las metas. Por esto les dice a los futuros profesionistas que con una adecuada preparación y con esfuerzo se puede aprender a hacer las cosas bien.

“Sea lo que sea a lo que te dediques debes estar dispuesto a siempre mejorar, y algo que es fundamental es pensar, razonar, algo que desafortunadamente se ha perdido. Yo hice la docencia acorde a mi forma de ser y a mi persona, por eso recomiendo dar tu toque personal a tu trabajo, algo que te haga diferente, y eso, a la larga te va a rendir frutos.

“Al final, soy una persona satisfecha, creo que a pesar de los errores, logré avanzar, me faltó mucho por aprender como docente, estoy consciente que al final del camino todavía podía aprender más pero ya no tenía las bases para lograr esos aprendizajes; yo hubiera sido muy feliz si al entrar a un aula hubiera podido detectar cómo aprendían los alumnos, que tipo de mentalidad tenían, si eran auditivos, visuales, convergentes, divergentes, porque eso me hubiera facilitado las cosas, pero no tuve esa habilidad.

“Pero en el comportamiento humano, en reglas, en qué hacer dentro del aula, en cuestión de respeto alumno-maestro, maestro-alumno eso ya lo entendía muy bien, y entendí además que si quería implementar una regla o principio en el aula yo tenía que ser el ejemplo”, concluye.