Francisco González Gaxiola

La Universidad es como un santuario.
 “Veinte años no es nada”, dice el tango Volver, de Carlos Gardel. Así, 50 años para el profesor Francisco González Gaxiola, el ‘Pancho’, tampoco lo son. “Como dicen los filósofos y los historiadores: que cuando uno mira para atrás, al tiempo transcurrido, le parece que no ha pasado el tiempo, que se hace tan breve”, así es como el docente e investigador del Departamento de Letras y Lingüística define cinco décadas de su vida dedicadas a la docencia universitaria.

 Lin Mendivil Alvarado/

Originario de una ranchería cercana al municipio de Choix, Sinaloa, llegó a Hermosillo en 1966 para estudiar en la Universidad de Sonora en lo que en ese tiempo se conocía como Escuela de Altos Estudios. En aquel edificio cerrado, en forma de rectángulo de una sola planta —el primero en terminarse en la casa de estudios, en 1942, y donde se impartían clases a los alumnos de secundaria—, se ofrecían tres carreras: Física, Letras y Matemáticas. Hoy es sede del Departamento de Letras y Lingüística.

Entre los recuerdos infantiles que Pancho atesora de la tierra que lo vio nacer está uno que en la narración se vuelve el hilo de Ariadna entre su pasado y el presente: “Veía pasar a los niños en excursión de la escuela primaria y yo me quería juntar con ellos, y la maestra decía que no, porque necesitaba el permiso de mis papás, pero de todos modos insistía, y así iba a la escuela. Yo tenía cinco años, no sabía qué eran las letras, pero a mí me gustaba sentarme a escuchar a la maestra, sobre todo cuando contaba cuentos”, asegura.

La crisis del campo y el crecimiento natural de la familia González Gaxiola los obligó a mudarse a Ciudad Obregón en 1954. Con seis años cumplidos ingresó al primer año de primaria en la escuela José María Leyva, ubicada en ese entonces en terrenos que hoy ocupa el Instituto Tecnológico de Sonora. El padre se dedicó a trabajar y la madre a los hijos.

Mamá, quiero estudiar la universidad…

El ejemplo de un padre trabajador y la sensibilidad de una madre que siempre apoyó y alentó sus ganas de estudiar lo trajeron a Hermosillo. “Como que no había mucho futuro en la educación, menos en una familia sin educación, y mi madre me impulsó porque ella habría querido estudiar pero no la dejaron porque en Sinaloa vivíamos a 20 kilómetros de Guamúchil, donde había escuela, y tenía que trasladarse todos los días de Choix a Guamúchil y estaba muy lejos, había que pasar un río, un arroyo, y había mucha dificultad para el traslado… ella se quedó con esa ambición, con ese sueño que nunca se realizó, y llegado el momento me impulsó a mí”, contó.

González Gaxiola relata que cada vez que concluyó un nivel escolar acudía con su madre para expresar su deseo de estudiar el grado siguiente, petición ante la cual su progenitora contestaba “a ver cómo convenzo a tu papá”, y con el paso natural del tiempo llegó el momento de ingresar a la etapa universitaria.

¿Qué lo llevó a estudiar Letras? “Me gustaría contar una historia bonita —respondió—, pero es de otra manera, más sencilla, más ordinaria”, y recordó que mientras cursaba la preparatoria del Instituto Tecnológico de Sonora (Itson), unos estudiantes de la Universidad de Sonora dieron una charla informativa para promocionar la carrera de Filosofía y Letras, “y a mí esas palabras me conmovieron… filosofía y letras”. Y en ese momento supo cuál sería su camino profesional.

En la antesala de la adultez “todo mundo me preguntaba para qué servía estudiar eso y les decía: ‘no sé, pero es lo que me gusta’”, destacó. Cuando comunicó a su madre el deseo de trasladarse a Hermosillo para estudiar en la Universidad de Sonora surgió otro problema: no tenían algún familiar cercano con el que mantuvieran comunicación constante y que residiera en Hermosillo… pero estaba la tía Nacha, prima de su padre, y ella tenía su hogar en la colonia de Villa de Seris.

“Pero no la frecuentamos ni era pariente cercano, no teníamos confianza. Me acompañó mi papá a Hermosillo y llegamos con la tía Nacha en Villa de Seris y ahí me dejó. Yo no conocía a la señora, pero le caí muy bien porque le contaba muchas charras, y su esposo era más serio, más discreto; sin embargo, a veces soltaba la carcajada. Y ahí estuve un año con mi tía Nacha”, añadió, momento para el cual transcurría el año de 1966.

El beisbol y el futbol americano

Con 50 años de residencia en Hermosillo, el maestro González Gaxiola tiene un fuerte sentido de arraigo a esta ciudad capital. “Uno es de donde trabaja, de donde tienes tus niños y los ves crecer y vives experiencias que son como un cohesionante, algunas tristes, algunas dramáticas, pero te dan identidad. Entonces yo digo que soy de Hermosillo”, dijo.

A pesar de tener 50 años de residencia en Hermosillo, “qué curioso: nunca le pude ir a un equipo que no fuera a los Yaquis —equipo de beisbol representativo de la afición de Ciudad Obregón—: tengo aquí casi 50 años y le sigo yendo a los Yaquis”, reconoció entre risas.

Parte de sus vivencias infantiles a los ocho años se relaciona con la afición que desarrolló por el beisbol. Como parte de la tradición, en Ciudad Obregón las puertas del estadio se abrían en la séptima entrada, y quienes no alcanzaban a adquirir un boleto de entrada, podían pasar a gozar de al menos la parte final del juego. Él era uno de los que aprovechaban para ver a su equipo favorito y treparse a la nube de fantasías mientras veía la inmensidad del campo y su niñez corría las bases y se barría en cada almohadilla de su imaginación.

“Te vuelves fanático, y ese fanatismo que adquieres en la infancia ya no se te quita. Yo lo experimenté, y si me lo hubieran dicho, hubiera dicho que no era cierto… yo experimenté eso; me gustaba mucho que ganaran los Yaquis”, confesó. Con el tiempo su afición deportiva se combinó con la del futbol americano, pues no le gusta el soccer. Durante su estancia en la Universidad del Estado de Michigan, donde realizó sus estudios de posgrado, adquirió el gusto por el futbol americano, y su afición fue siempre para los San Francisco 49ers en el periodo de Joe Montana.

Sin embargo, cambió la afición deportiva de infancia y juventud por otra que desde temprana edad se manifestó, a pesar de no saber leer: la afición por las letras. Él mismo reconoció que el gusto excesivo por cualquier actividad no recomendable. Ser fanático de algún deporte: “te quita mucho tiempo y te provoca dolores de cabeza al ver cómo le hará tu equipo para superar la diferencia. Nos poníamos a ver las finales hasta que dije ‘ya no’, porque eran unos dolores de cabeza, y sin sentido porque ni apostábamos”, puntualizó.

Su incursión en la docencia universitaria

Para el maestro Francisco González Gaxiola es importante el equilibrio entre la actividad profesional y las aficiones personales. “Si tienes que leer, si tienes tarea, si tienes trabajo, luego estás con el pendiente y el dolor de conciencia, pues deja eso —la afición deportiva, por ejemplo—, pero también socializa; sábado y domingo debe bajar la tensión, se necesita desligarse, psicológicamente es conveniente, no te la puedes llevar como ‘ratón de biblioteca’ tampoco, te vuelves muy apegado al trabajo. No es mi caso, pero algunas personas se vuelven fanáticas del trabajo”, apuntó.

¿Por qué se queda la gente —los maestros de la Universidad de Sonora—? “Aunque sería un tema para investigar, yo creo que es porque les gusta, yo no lo explico de otra manera”, responde.

¿Usted por qué se ha quedado, maestro? “Porque me gusta”, apunta.

¿Qué le gusta? “Me gusta el ambiente, me gusta estar en un ambiente aislado, dedicado para ti solo; ahí tienes tus libros, la computadora, el ambiente es bonito, te concentras. Dice Borges: ‘Creo que el paraíso es una gran biblioteca’, y a quienes nos formamos en la era de los libros da gusto estar en la biblioteca, pasearte por los pasillos cuando quieres relajarte; cada libro es una aventura, la escuela es bonita, el edificio es bonito y tiene una idea con el edificio principal y el que hoy es el edificio de Vicerrectoría, y también porque platicas y tienes a estudiantes y hay una interconexión que te hace sentir como en red y una constante conversación. Aunque seas 100% investigador, tienes que dar retroalimentación, y lo que encuentras en las investigaciones lo vas mezclando con las clases. La Universidad es como un santuario”, puntualiza.

Como estudiante de la Escuela de Altos Estudios recordó especialmente a la maestra Guillermina León, quien en determinado momento cuestionó, a él y otro compañero, en qué laborarían al concluir la formación universitaria. “Pues no sé, le dije, a mí me gusta el mundo de la cultura, de la literatura. ¿Pero de qué van a trabajar?, insistió Guillermina León. La respuesta fue ‘no sé’, a lo que ella inquirió ‘No se han dado cuenta que van a ser maestros’.

Así, en 1971, el hijo mayor de la familia González Gaxiola ingresó a la Universidad de Sonora; pero había otro reto por vencer: el temor de estar frente a un grupo de 40 estudiantes. “La debilidad mayor que tenía yo era la timidez, ¿cómo me iba a parar delante de 30, 40 alumnos? ¡Cómo batallé para superar el miedo que me daba presentarme ante un grupo… cinco años batallé para eso!”.

Su gusto por la docencia no lo hizo declinar: “el problema era que me gustaba mucho dar clases y vencí la timidez poco a poco. Pedí apoyo a psicólogos y a otros colegas y se me fue quitando, siendo consciente del miedo, hasta que después ya ni me di cuenta, pero pasaron varios años. Hay técnicas para enfrentar ese terror escénico”, dijo.

Con la experiencia de la vida y la docencia “yo les insisto mucho a los alumnos en que si no les gusta donde van a trabajar, no se metan a eso, nada de que ‘para ganar dinero’, eso no sirve; a lo mejor llegas a ganar dinero, pero si no estás a gusto contigo vas a estar ahí sufriendo, y es mucho discutir con los alumnos qué quieren”. Tal como en su momento hizo con él hace más de 50 años la maestra Guillermina León.

“Que el trabajo no se sienta como un castigo como en la concepción bíblica; lo que sea, si te gusta ser lustrador de calzado o profesor de primaria está bien, y ser profesor de primaria no es menos que un profesor universitario… una de las cosas por las que he estado aquí en la Universidad es porque me gusta formar gente, la vuelves crítica, escéptica, nada de creer a la primera… toda la vida he hecho eso”, refirió.

Didáctica de la literatura: agua y aceite

Recordó que la Escuela de Altos Estudios se integraba por tres carreras donde se formaban docentes para impartir clases a nivel bachillerato; mientras que la Escuela Normal formaba profesores para primaria y secundaria. “Entonces nosotros nos burlábamos de los normalistas porque ellos decían que sabían enseñar, pero nosotros les decíamos ‘enseñar qué’ porque no tenían fuerza teórica” mencionó.

“Nosotros decíamos que teníamos el contenido, y ellos nos decían: ‘pero no lo saben enseñar’. El ‘coco’ para nosotros fue siempre didáctica, porque se parte del supuesto de que, si sabes el contenido, sabes enseñar, pero no es cierto eso. Venían profesores a enseñar didáctica de diferentes disciplinas, y era un constante choque de opiniones”, reconoció.

En ese momento, el profesor Francisco González Gaxiola era docente de la materia Teoría literaria, “y un día pensé: qué tal si Teoría literaria sirve de apoyo a la didáctica. Partí de ese supuesto y me metí a dar una clase de la que no sabía nada, pero me esmeré, me capacité y cada vez lo hice mejor, hasta que me quedé con la clase”.

Explicó que la didáctica y la literatura se contraponen porque la didáctica instruye en ciertas reglas y procedimientos, mientras que la literatura es el reino de la libertad para que imagines y construyas mundos posibles.

Cuando dicen didáctica de la literatura es como juntar agua con aceite, pero hay que buscar la manera para que ese ámbito de libertad se case con la enseñanza, y didáctica de la literatura se trata de cómo enseñar a dar clase, como convertir atractivo el cuento, y no sólo hablo de la lectura, sino también de la escritura de cuentos, hacer escenas de teatro y ver la historia literaria”, precisó.

El contexto actual de la pandemia por covid-19, que ha provocado que la actividad escolar se realice completamente a través de recursos tecnológicos, reconoció que es una situación que le ha resultado poco fácil y que poco a poco va superando.

“Es muy bonita la Universidad, yo digo que es el paraíso. Si algunas personas han terminado y se han quedado en la Universidad, puede ser porque hicieron muy buena elección si les gusta, y si les gusta investigar y/o si les gusta enseñar, la Universidad es un paraíso”.

¿Cuándo se va a jubilar? “Mientras me sienta bien físicamente, que funcionen mis ojos y mi cerebro y tenga energía… no, no he pensado en jubilarme… no hay nada que me apure”, atajó.