Gilberto Gutiérrez Quiroz: su histórico paso por la Universidad y su legado en la enseñanza

Ha sido catedrático durante más de 60 años, jefe de Extensión Universitaria, Consejero Universitario, promotor de las Escuelas Técnicas de Nivel Medio y de la Licenciatura en Administración Pública, además de miembro fundador de la Junta Universitaria y de la Fundación Unison.

Aleyda Gutiérrez Guerrero

Proveniente de la calle Colima, de Ciudad Obregón, llegó a la Universidad de Sonora en el año 1948 para estudiar en la Escuela Normal, que en ese entonces funcionaba como escuela de la Universidad. Luego de tres años partió a otros lugares para seguirse preparando y regresó en septiembre de 1959; desde entonces ha dedicado más de 60 años de su vida a la docencia en esta Casa de estudios.

Platica que Adalberto Sotelo fue el primer maestro que conoció, lo vio llegar a caballo a aquella Universidad del 48, descender del animal y colocarlo debajo de un árbol dentro del campus; recuerda que el creador de la letra del himno universitario, quien daba clases de matemáticas, platicó con él un rato y se mostró atento y cariñoso; acto seguido, lo llevó a conocer el vitral y el resto del edificio principal donde se impartían las clases. Poco después conoció al profesor Rosalío Moreno y al rector Manuel Quiroz Martínez.
Al concluir la Escuela Normal, como no se le permitió seguir aquí la preparatoria, se fue a trabajar y continuar sus estudios en Sinaloa; luego, en la Ciudad de México terminó la Licenciatura en Derecho en la UNAM, posteriormente tuvo oportunidad de obtener una beca y se fue al extranjero. Estudió una Maestría en Administración Pública y de Negocios, en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y también hizo estudios en la Universidad de San Juan, en Puerto Rico, en un Seminario Internacional sobre Educación en Latinoamérica.

60 años después

“Regresé de estudiar en el extranjero y fui a ver al Licenciado Luis Encinas, entonces rector, y él me dio la oportunidad de impartir clases en diversas Escuelas de la ‘Uni’, así empecé mi carrera docente en la Universidad”.
A esto le siguieron muchas otras actividades, y una gran cantidad de generaciones de estudiantes de las escuelas de Derecho, Contabilidad y Administración, Altos Estudios, Agricultura y Ganadería, Ciencias Químicas y la de Trabajo Social lo tuvieron como maestro.
Con el tiempo, dice, vio cómo fue progresando la Universidad, cómo fue ampliando sus edificios. Considera que universidades como la nuestra nacen para siempre, eternas, que están ahí y permanecen. Los alumnos y los maestros parten, pero la institución queda firme, señala.
“Aquí estoy 60 años después viendo a una Universidad que no me imaginaba que pudiera hacerse tan enorme, crecida en muchos sentidos, con muy buenos alumnos, con reconocimientos internacionales. Es un gusto ver todo eso, en otras épocas qué íbamos a imaginar de aulas con refrigeración, para nada”, destaca.
Al preguntarle cómo se siente después de más de seis décadas en la labor docente, responde muy honesto que en este momento se siente mal, puesto que las clases son en línea y lo dice no sólo porque considera que son adelantos muy modernos a los que todos tuvieron que enfrentarse, sino porque no tiene contacto directo con sus alumnos.
“En clase uno va midiendo a los muchachos, ve quiénes cachan la pelota, quienes sí quieren estudiar y quienes no, y cuando uno de los muchachos se te queda mirando y de repente como que les cayó el veinte, se les ve una chispa en los ojos cuando entienden lo que les estás diciendo y eso no se puede apreciar con la computadora. Pero eso, en esta época, no la estoy gozando”.
Como maestro siempre ha tratado de tener mucha comunicación con sus estudiantes, incluso apoyarlos si nota que algo les está pasando; dice que luego se da cuenta de quiénes sí quieren de verdad estudiar.
También valora el hecho de encontrarlos fuera de clase, saludarlos y en ocasiones platicar, gracias a esto se ha enterado que ha tenido estudiantes que son hijos o nietos de algunos exalumnos suyos. Afirma que extraña ese contacto.
Relató como anécdota que en una ocasión platicó con uno de sus alumnos, porque aunque notaba que era muy capaz, el joven se quedaba dormido en clase, y le confesó que trabajaba por las noches y sintió empatía, que todavía está presente; gracias a esto, por muchos años en su clase de las 19:00 horas, al no poder tener una cafetera, puso a disposición de los muchachos una bolsa con dulces de café para todos los que quisieran o lo necesitaran.
Respecto a si considera que la pandemia es lo más complicado que le ha tocado vivir como docente, responde que ha habido varios momentos difíciles en distintas épocas, como cuando entró la nueva ley, cuando se han presentado paros sindicales o huelgas prolongadas, pero que esto de la pandemia, sí es complicado y diferente, además de que algunos maestros no han aprendido con mucha facilidad, considera que ciertas áreas de conocimiento no se prestan para estudiar en línea.
“Nunca esta forma de aprendizaje se comparará a la comunicación viva, de afecto respetuoso, que puede darse entre el maestro y alumno, de decirle ‘te comprendo, yo también estuve donde estás tú, también tuve los problemas que tienes tú, pero vamos a ver qué podemos a hacer’”, indicó.
Gutiérrez Quiroz resalta que a sus alumnos les dice que su triunfo en el futuro va a depender de ellos mismos, que primero es importante que sepan qué es lo que quieren; segundo, que deben quererlo y luchar intensamente por ello, pensar que lo van a lograr y comportarse con la seguridad de que eso es lo que los llena; por último, dijo, está la parte más difícil, y es que todo eso tiene un precio: trabajar.
“En el caso de los alumnos su trabajo es el estudio, saber más; en mi caso, como maestro, no me interesa que memoricen los libros de texto, quiero que aprendan, que se defiendan con él, que se vea que tienen el conocimiento, que razonen.
“A veces no sabemos enseñar y para ser un buen maestro es necesario que te guste enseñar, para mí es un placer que se fue formando con los años; también está la satisfacción de encontrártelos como gente valiosa en sus comunidades, que triunfó en sus trabajos. Me he encontrado ingenieros, contadores, que fueron mis alumnos en la preparatoria en los años 60, y da gusto escuchar que todavía te dicen maestro.
“Yo di también clase de Sociología en la Escuela Normal y todavía hay alumnas que me repiten lo que les dije hace tantos años, son cosas que te van formando, son placeres, son goces que vas teniendo y que quieres seguir teniendo, y cuando menos piensas ya son diez, 20 o 30 años los que han pasado. En las ceremonias de la Universidad me encuentro a exalumnos que ya están recibiendo también un reconocimiento por varias décadas como profesores. Y ¿por qué sigues?, porque te gusta, incluso, si das clase muy temprano, con frío, desvelado etc.”, admite.
A quienes egresan y desean convertirse en docentes dice que el principal consejo que puede darles es que se sigan preparando y en especial que cursen algún posgrado en el extranjero, con becas o con trabajo, porque es un sacrificio que vale la pena.
“Más del 50% de las becas disponibles para estudiar en el extranjero se quedan sin ser utilizadas. Si pueden hacer otras licenciaturas o maestrías, háganlo, pero salgan del país, rompan su cascarón para que vean lo que hay en otras partes y las cosas buenas que vean tráiganlas, aplíquenlas, una buena forma es dando clases. Nunca se van a arrepentir de dar una clase una hora de su vida, de compartir su conocimiento. Hay quienes saben mucho, pero nunca lo ponen a disposición de los demás”.
Hace cinco años, durante su emotivo discurso en la ceremonia del Día del Maestro, donde recibió reconocimiento por 55 años de labor docente, Gilberto Gutiérrez resaltó que las universidades se nutren de la bendita savia de sus alumnos y de la experiencia renovada de sus maestros, y que los llamados “viejos” los ven llegar año tras año, con su gran despreocupación y bendita inocencia, para después verlos irse cargados de conocimientos en la permanente búsqueda de horizontes desconocidos.
En entrevista ese día también mencionó que lo difícil de ser maestro es cuando tienes que apartar tiempo de tu vida para preparar la clase. “Siempre tienes cosas nuevas qué decir, siempre encuentras algo, encuentras otro libro que quieres incorporar, pero no te alcanza el semestre. Difícil no es, difícil es cuando pretendemos dar más y ya no se puede.
“La Universidad es para mí una parte importante de mi vida, algunos de mis hijos estudiaron o trabajan aquí; la he visto crecer, he visto su influencia en el Estado. No cualquiera tiene tantos años entretenido como me entretiene esto a mí”, expresó.

Algunos de sus aportes como universitario

Como maestro, señala que siempre le interesó platicar con los rectores, estar atento a lo que estaba sucediendo y compartir lo que le había tocado ver en otras universidades. También platica que hubo una época en que se reunían los catedráticos los sábados en la “Tropi” o en “Farolito” y comentaban distintas cuestiones de su quehacer.
Uno de los aspectos que les preocupaba es que los muchachos venían a la Universidad muy deficientes en matemáticas, química y física, porque en las escuelas secundarias de “su época” no había equipo, se dibujaban las probetas en el pizarrón y no había muchas herramientas para aprender bien estas importantes materias, aunado a que los maestros no estaban lo suficientemente capacitados para enseñar.
“Hablé con el rector en funciones y le planteé que capacitáramos a los maestros del estado en la escuela de Altos Estudios, y se hizo, vinieron los profesores que ya tenían años dando clases para aprender a enseñar estas materias, porque se necesitaba”, contó.
Como universitario también guarda recuerdos de la creación de las escuelas de Técnicos de Nivel Medio en Santa Ana. Mencionó que el exrector Moisés Canale Rodríguez era muy permeable a que hicieran cosas, y como veían que algunos muchachos iniciaban la carrera y a veces no podían continuar por algún problema o situación familiar, vieron la posibilidad de abrir unas escuelas que permitían a los estudiantes en alrededor de tres años tener una preparación para que pudieran trabajar pronto y ya con dinero propio, quienes así lo desearan, pudieran terminar la carrera.
Y fue así como nacieron las Escuelas Técnicas de Nivel Medio, como la Escuela Agropecuaria, donde se capacitaba a los técnicos en agricultura y ganadería, así como la de Técnicos en Contabilidad. “Ese tipo de cosas se podían antes porque convivíamos mucho los maestros con las autoridades, así fue como se pudo sacar adelante la Escuela Preparatoria en Navojoa.
“Fui Jefe de Extensión Universitaria en una bella época y llevábamos la Universidad a todas las ciudades del estado. Acercábamos la banda de música, teatro, encuentros deportivos, hasta un grupo de judocas que hacían exhibiciones y los muchachos de los pueblos veían que todo eso se podía hacer en la universidad, y de ahí muchos se entusiasmaron por estudiar, también les hablábamos de las posibilidades de becas e incluso de familias que recibían a estudiantes”.
Compartió que como muchos él estudió con becas y trabajando, recordó que fue el primer bibliotecario en el Museo y Biblioteca de la Universidad de Sonora, donde clasificó libros y después de un tiempo le dejó el puesto a Esthelita Vázquez García.
Gracias a los estudios que realizó en la Universidad de San Juan, en Puerto Rico, se dio cuenta que era posible un intercambio entre profesores de ambas instituciones, por lo que promovió que maestros nuestros y de aquella casa de estudios, durante su año sabático, acudieran al alma mater sonorense a dar clases y viceversa.
Además, declara que fue presidente del Instituto de Administración Pública, y en aquel entonces le prestaron las aulas de la Universidad para que empezara ese instituto, porque había una gran cantidad de empleados públicos que ya tenían sus carreras, pero no a la administración pública, y que después, en 1980, se abrió la Licenciatura para formar y mejorar la administración pública en Sonora, que era muy importante. “La escuela ya ha dado lugar a que haya exalumnos como presidentes municipales, síndicos, regidores y buenos funcionarios”.
Cuando se conformó la Junta Universitaria fue uno de los primeros integrantes nombrados por el Congreso del Estado, el 29 de noviembre de 1991. En el órgano de gobierno fue representante de la comunidad académica de la institución, junto con Moisés Canale, Marcelino Barboza Flores, Zarina Estrada Fernández, Antonio Jáuregui Díaz y Víctor Manuel Martínez Montaño, cargo en el que estuvo cuatro años, porque tal permanencia le resultó en el sorteo de periodos que se hizo.

Gran sorpresa

No niega que ha pasado algunos momentos complicados o tristes como docente, que incluso lo obligaron a ausentarse brevemente de la escuela de Derecho, pero dice que ésos, prefiere no recordarlos.
Por el contrario, menciona que para él la Universidad es un teatro precioso para quien quiera venir y compartir. Considera que las amistades que se hacen entre los catedráticos son muy bonitas y perduran.
Uno de los momentos más memorables que ha vivido en la Universidad de Sonora es la sorpresa que le dieron alumnos y el rector durante una ceremonia por el aniversario de la Licenciatura en Administración Pública, donde como maestro fundador le pidieron que hablara.
“Estaba llena la sala de la escuela; inexplicablemente para mí estaban hasta mis hijas, y al salir me detuvo el entonces rector Pedro Ortega. ‘Espérame tantito aquí’, me dijo, y luego procedió a develar una placa que decía ‘Aula Magna Gilberto Gutiérrez Quiroz’. No tengo con qué pagar eso.
“Todo fue sorpresa, ya después supe que los alumnos gestionaron y de repente ya estaba hecho todo. El rector fue muy claro al destacar en su momento que esto no se trataba de una actividad social o política, sino de un reconocimiento a un trabajo realizado en la Universidad”, resaltó.
Gutiérrez Quiroz se ha desempeñado y ha hecho aporte en las leyes, en la política, como funcionario, pero al mismo tiempo ha compaginado todo esto siempre con la docencia.
Al preguntarle si no le pareció difícil responde que no, porque además de que siempre le gustó lo que hizo y lo que hace, tuvo una excelente compañera de vida que lo impulsaba para hacerlo.
Señala que por un tiempo los sábados o los domingos era común que llegaran algunos alumnos a desayunar hot cakes a su casa, a este evento le decían la “hotcakeisa” y que incluso su esposa le decía, “este va a llegar, se le nota en los ojos”, refiriéndose a algún posible logro de un estudiante, “y tuvo razón, pues al menos uno sí llegó a presidente municipal de su ciudad”, reveló.
“Viví tranquilo haciendo todo esto, y todo me llamaba la atención; entonces, mientras no me quitara mucho tiempo para mi familia le entraba. Siempre encontraba sorpresa, conocimiento nuevo, hasta la Maestría en Derecho Procesal Penal Acusatorio y Oral que cursé recientemente en la Universidad de Sonora fue algo nuevo”.
En el semestre más reciente (2021-1) el maestro impartió la materia Sistema Político Mexicano en la Licenciatura en Administración Pública, además de apoyar a su hijo en el Despacho Jurídico que comparten, donde hace estudios de casos específicos.

Su herencia

En su carrera ha recibido múltiples reconocimientos, en 2016, la Secretaría de Educación y Cultura reconoció a Gilberto Gutiérrez Profesionista del Año 2015, atendiendo a sus méritos profesionales en el campo del Derecho.
En el año 2018 la comunidad del Departamento de Sociología y Administración Pública, al que está adscrito, reconoció su trayectoria docente. En agosto de ese mismo año, el Cabildo de Hermosillo lo distinguió al poner su nombre al tramo carretero en San Pedro que lleva a la Ciudad de Ures, desde el entronque con la carretera federal hasta la carretera que lleva a San Miguel de Horcasitas.
En la develación de tal nomenclatura se destacó que la caballerosidad es sin duda su marca personal, mientras que de su bagaje cultural emanan su personalidad humilde y sencilla, que ha conservado a lo largo de toda su vida y que ha sabido mantener inalterable a pesar de haber figurado siempre en los primeros planos de la política estatal y nacional, desempeñándose exitosamente como ministerio público, como juez, como magistrado del Supremo Tribunal de Justicia y como Síndico.
Su reputación dentro del servicio público es intachable y su trayectoria política es brillante, se dijo, pero la actividad que más disfruta, sin duda, la que llena su corazón y de la cual obtiene la energía que lo llena de vida es el magisterio.
Además, en el año 2020, la gobernadora Claudia Pavlovich Arellano, a través del Sistema DIF Sonora, le otorgó, en la categoría de vida ejemplar, el reconocimiento Sahuaro, homenaje a los grandes, por su destacada incursión en el ámbito jurídico político, académico, social y cultural.
Sobre todos estos reconocimientos y otros más que no se mencionan, señala que más que el halago temporal considera que forman parte de una herencia para sus hijos y sus nietos.
“Si sucedió esto es que algo bueno debo haber hecho, pero es quizás lo mismo que otros compañeros de gran valía, con conocimientos preciosos, pero que no los metieron a la Universidad o a una cuestión institucional y esos conocimientos se fueron con ellos, porque no se dieron el tiempo de dar clases”, expresó.

Si sus papás vivieran…

Tuvo el placer de percibir el orgullo de sus padres por sus logros, y eso que no alcanzaron a verlos todos.
Su mamá le confesó que lo presumía con sus vecinos en la calle Colima porque estaba estudiando, y después le llegó a decir que nunca se imaginó que un hijo suyo daría clases en la Universidad, porque al haber salido de un lugar donde sólo había primaria y con trabajo secundaria, se le hacía como algo imposible. “Ella primero decía que no se quería morir sin ver a sus hijos terminar la primaria, después decía que la secundaria y luego vino lo demás”…
Con gran gusto cuenta que su papá, que sólo estudió hasta segundo año de primaria, también un día le dijo: “verte logrado no te imaginas lo que significa para mí” y luego, comparte, le hizo un cariño en la cabeza, gesto que se le quedó muy grabado.
Algo más que recuerda vivo en su memoria fue cuando llegó a estudiar en el año 48 y vino a la Universidad con su padre. “Como él se encontró con un amigo y yo no quería estar estorbando le dije que lo esperaría en el vitral, ya cuando vi que venía me acerqué a la entrada, cuando él cruzó por donde antes estaban las cadenas se quitó el sombrero, ese es un momento que lo tengo guardado en el corazón, ver aquel hombrote que se quitara el sombrero como si hubiera entrado a una iglesia, y le dije ‘¿por qué te quitas el sombrero, José?’, ‘por respeto’, me dijo, ‘y porque tú estás aquí’”.
Confiesa que quería estudiar la preparatoria y después ser doctor, pero se inscribió en la Normal y estuvo a punto de no seguir, dado que hubo una inundación muy grande en el estado que hizo que su papá “quebrara”. Por ello su madre le mandó un telegrama diciéndole que se regresara a Obregón, porque ya no podrían ayudarlo.
Pero el destino o la buena fortuna hizo que se encontrara a dos amigos de su padre; uno, lo ayudó a conseguir una beca; y el otro, le ofreció trabajo de velador en unos almacenes. Fue así que pudo continuar sus estudios.
“Como velador, yo sí puedo decir qué se siente dormir en los costales de maíz, de trigo o los de arroz, que según yo eran los más blanditos, hasta que descubrí los costales de ajonjolí, ahí se duerme muy bien, y nunca nadie me molestó en la vigilancia”, platica sonriendo.
Su papá fue José Gutiérrez Armenta, menciona que se dedicó a compra y venta de ganado y tenía una carnicería en Obregón que se llamaba Buenavista, en honor al pueblo del que era originario. Se dedicó también a algo que ya no se usa se llama “a la compra de esperanza”, donde llegaba el cliente al campo, veía lo que estaba sembrado y ofrecía cierta cantidad de dinero por eso, se daba la mitad y la otra cuando se hubiera entregado la cosecha. “Había muchos que lo hacían, y era muchas veces de palabra, sin papeles de por medio, pero dependían del clima para que se lograra”.
Su mamá fue María Quiroz Quezada, originaria de la mina Lluvia de Oro, en el municipio de Batopilas, Chihuahua; lo dio a luz el 4 de febrero de 1934, en Ciudad Obregón, donde él vivió su infancia y adolescencia al lado de sus ocho hermanos, cinco hombres y tres mujeres.
“Obregón en aquel entonces era un pueblo que no tenía agua ni electricidad, pero fuimos felices sin saberlo. La calle Colima estaba en las orillas y ahí vivíamos en un ambiente tranquilo; mi papá y mi mamá se querían mucho y lo compartían con nosotros, así que vivimos bien, con las limitaciones de esa época; en las vacaciones nos íbamos con mi tío Ceferino Cuevas, al pueblo de Buenavista”, recuerda.
Estudió la primaria en el Centro Escolar Cajeme y cuenta que por mucho tiempo se juntó una o dos veces al año con sus excompañeros de sexto año, quienes se hacían llamar El club 45. “Ahorita ya sólo quedamos cuatro de esos que terminamos la primaria en el 45. Nos tocó ir a la escuela en la época de la guerra mundial”.
En su momento, precisa, sólo había dos secundarias en el estado, la Número 1, que estaba en Hermosillo; y la Número 2, ubicada en su ciudad natal, de la que egresó para luego trasladarse a la capital del estado.

Tengo una gran familia

El maestro Gilberto Gutiérrez Quiroz estuvo casado por más de 40 años con Margarita Sánchez Lucero, hermana del Dr. Manuel Sánchez Lucero, también reconocido académico de esta casa de estudios.
Con ella procreó cinco hijos, un varón y cuatro mujeres, quienes son su orgullo y tuvo la fortuna de ofrecerles una buena educación, dice.
Gilberto, estudió Derecho, como él; Margarita Rosa es Química en Alimentos; Luisa María es arquitecta, y sus hijas Claudia y Ana Lucía estudiaron diseño gráfico. Algunos de ellos también decidieron cursar posgrados en el extranjero e incluso incursionar en la docencia, señala.
También tiene nueve nietos y resalta que no se imaginaba lo que era esto de ser abuelo, “es algo muy bonito”.
Reconoce que en su vida ha tenido grandes satisfacciones y altas responsabilidades. Fue diputado federal y senador, cargo por el cual lo enviaron a atender situaciones difíciles del Gobierno Mexicano a Suiza, Perú y a Estados Unidos, que logró sacar adelante; además, ahora escribe cuentos que ha recogido de distintas partes del estado y espera poder editarlos.
“Soy un ser humano como cualquier otro, al que le tocó vivir grandes cosas, y lo agradezco. Me casé con la mujer ideal y fui un hombre muy feliz hasta que se me murió la Magui, ahí empezó el declive de mi vida. Pero aún en la bajada no estoy solo, cuento con profundos afectos y esta felicidad de estar con los hijos y los nietos; es muy satisfactorio ver a mis hijos formados y haber tenido tantos alumnos durante todos estos años.
“Tengo una gran familia, aquí me tienen, no me sueltan, están pendientes de mí, ahora vivo con mi hijo Gilberto, quien se hace cargo de todo. Tengo algunos problemas de salud, pero los estoy enfrentando; también tuve covid y me dejó algunas secuelas, pero salí adelante. Es triste perder a algunos amigos, compañeros de la escuela y compañeros maestros por culpa de este virus, pero yo todavía me niego”.
Resalta que aún no piensa en el retiro, que lo consideraría si sintiera que ya no puede seguir con su labor, en especial por cómo se están dando ahora las clases, a través de la tecnología. Para él lo ideal sería seguir en el aula hasta que acaben sus días.
¡Va por más!