Eligio Espinoza Ojeda: un búho para siempre

“Me gusta mucho el magisterio, al grado tal de que no sé si soy un químico que da clases o un profesor que hace análisis químicos. Cuando se abrió la preparatoria de la Universidad de Sonora en Caborca, me enrolé: fui maestro fundador de la prepa, que inició sus funciones en 1969. Y de ahí ya pasé aquí, a dar clases en la Universidad, en 1979.”

Por: Armando Zamora

“Yo soy búho. Siempre he sido un búho. Me puse las plumas desde 1959 sin saber que el símbolo era un búho. Me puse las plumas y no me las he quitado ni pienso quitármelas. De una u otra forma voy a estar con la Universidad: si me cierran la puerta, me meto por la ventana. No hay problema”, señaló el químico Eligio Espinoza Ojeda en una entrevista que le hicieron como homenaje por su jubilación.

A mediados de junio de 2014, después de haber laborado 35 años en el campus Caborca, de haber sido un pilar de esa unidad académica de la máxima casa de estudios de la entidad, de haber formado generaciones de universitarios no sólo en el campo de la química, sino también en la formación humana de los individuos, Eligio Espinoza —Eligio, para todos—, se jubiló para poder cumplir algunos de sus sueños pendientes. No imaginaba que un par de meses después le detectarían cáncer de colon.

Después de una intervención quirúrgica, de tomar quimioterapias, de esforzarse por seguir puntualmente las indicaciones de los médicos, fue dado de alta. Ésta parecería la recurrencia a un lugar común, pero en gran medida su recuperación se debió a su resistencia física, su fuerza de voluntad y sus ganas por seguir viviendo para cumplir con sus pendientes, que no eran pocos, de acuerdo a su plan de vida.

“Me voy muy optimista —destacó en aquella conversación—: tengo ganas de hacer muchas cosas. Las numeré, y siempre hay mucho qué hacer: siempre hay puertas por tocar y abrir. No te sientes a esperar, hay que buscar, porque si te sientas a esperar, la muerte mete veredas y te llega antes de lo que esperas. Mejor cuídate, estudia, prepárate, ocúpate. Hay mucho servicio social qué hacer”.

Volver a tocar la guitarra, pulir su libro de poemas, terminar el proyecto de semblanza histórica del campus Caborca, escribir un libro de cuentos, hacer un doctorado en Toxicología Ambiental, continuar con sus aventuras astronómicas en Pueblo Viejo, viajar, conocer mundo y ver crecer a los nietos, destacaba la lista de Eligio entre muchos pendientes más. Pero como bien dicen: La última aventura del héroe es su muerte, y a menudo no resulta acorde con su vida.

Los días de calma también tienen su lado siniestro y a veces suceden cosas inexplicables. Después de haber transitado por la vida poco más de 73 fructíferos años, el viernes 2 de octubre de 2015, al filo del mediodía, Eligio Espinoza Ojeda falleció en un hospital de Hermosillo rodeado por sus seres de luz, que envolvieron su recuerdo y lo colocaron en el nicho central del alma porque no todo lo nuestro perece:perdura el alma inmortal, según dijo Platón. Y queda la obra y el esfuerzo personal en cada ladrillo, en cada palabra, en cada egresado, en cada mirada que busca al guía que ya no está…

Parecería una mala broma del destino: te preparas durante mucho tiempo, trabajas por 40 años en un mismo lugar, cumples con todo lo que te asignan y con todos los que esperan algo de ti, te jubilas llegado el momento, una enfermedad trágica te ataca, la vences con esfuerzo, dedicación y fe, eres un digno sobreviviente, y de repente, al filo del mediodía de un viernes de otoño, te despides sin palabras y te vas del mundo.

Mario Benedetti escribió un poema al respecto que luego Joan Manuel Serrat lo convirtió en la canción Currículum: “El cuento es muy sencillo: usted nace en su tiempo, contempla atribulado el rojo azul del cielo, el pájaro que emigra y el temerario insecto  que será pisoteado  por su zapato nuevo… Usted madura y busca las sendas del presente, los ritos del pasado y hasta el futuro en ciernes, quizá se ha vuelto sabio irremediablemente y cuando nada falta entonces usted muere… el cuento es muy sencillo”, menciona en algunas de sus líneas.

Podría ser el caso de Eligio, de los miles y miles de Eligios que nacen y mueren cada día en el mundo, de esos que Brecht calificó como imprescindibles, los que luchan toda la vida y que se merecen no sólo una semblanza, sino el reconocimiento permanente para que nadie muera del todo para siempre, porque en nuestra esencia hay palabras que nos dijeron, su sangre corre en nuestros ríos y nos dejaron el firme legado de la esperanza con su sola presencia en nuestra vida…

De Buenavista a Hermosillo

El 26 de mayo de 1942, cuatro meses y 21 días antes de que la Universidad de Sonora abriera sus puertas, nació Eligio Espinoza Ojeda en Buenavista, Sonora, un pequeño poblado cercano a Cananea que la mina se encargó de engullir hasta dejar sólo paredes ruinosas y recuerdos fantasmagóricos que vagan en busca de sus propios ancestros.

Ubicados en los terrenos de lo que hoy es la mina Buenavista del Cobre, de triste recuerdo, y con acceso restringido para los visitantes que van a recoger jirones de cariño en los restos de un panteón que muere de vejez, las ruinas de aquel viejo terruño recuerdan el poema de Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía”, mientras los espíritus del pasado se asoman por entre las hendijas del susurro del viento que levanta espirales de un época extraviada en el olvido.

Dos días después del nacimiento de Eligio, el 28 de mayo de 1942, México le declaró la guerra a las fuerzas del Eje e ingresó formalmente a la Segunda Guerra Mundial, después de que los alemanes hundieran los buques petroleros Potrero del Llanoy el Faja de Oro. Pero en Buenavista las guerras eran otras: ganarse la vida a diario en una localidad cuyas necesidades debían satisfacerse con la riqueza inmediata de su entorno. Y a eso se enfrentaban a diario los mineros de la región.

Hijo de Moisés Espinoza y de María Ojeda, Eligio integró la familia con su hermano mayor, Antonio, y su hermana menor, Guadalupe. “Mi papá, un tipo magnífico, casi casi analfabeta, hizo hasta cuarto año de primaria, y con esa preparación llegó a ser el equivalente de ingeniero en seguridad de minas. Trabajó mucho tiempo en seguridad”, destacó en la mencionada entrevista.

“Mi papá me enseñó mucho de minas sin haber entrado yo a una —añadió—, pues era muy chico: estaba yo en secundaria. Él tenía que hacer reportes y no sabía escribir bien, entonces yo era su secretario, y ahí aprendí mucho, al grado que después él me decía: ‘Mira, pasó un accidente en esta y esta forma… escríbelo’. Entonces me ponía y lo escribía”.

Y mi mamá, agregó, era más letrada que mi papá: terminó sexto año de primaria. Tenía mucho carácter, era muy brava, muy decidida. Cuando mi mamá nos decía “que te pegue tu papá”, era un triunfo, porque con ella nos iba mal, pues tenía la mano muy pesada. “En mi libro Minero se describe cómo era María Ojeda”, indicó.

Si bien, yo tengo ya un par de libros publicados, el verdadero escritor de la familia era mi padre, aunque no sabía escribir. Yo aprendí de él porque leíamos juntos. Él leía mucho. Cuando yo estaba en primer año, él trataba de aprender también. Recuerdo que una vez consiguió un libro grandote, enorme para mí en aquel tiempo, que se llamaba La noche quedó atrás, y a mí, en la biblioteca de la escuelita, allá en Buenavista, me prestaron uno que se llama México y España, era un libro muy delgadito para que lo leyera un niño de primaria. Empezamos a leer al mismo tiempo y finalizamos empatados: cuando él terminó aquel librote, yo terminé el librito, recalcó.

“En Cananea estudié hasta la preparatoria, y de ahí me vine a estudiar a la Universidad de Sonora. Era el año de 1959 y yo tenía 17 años. Tengo la característica muy especial de que cuando me inscribí, mi número de expediente fue el 59/0001. Fui el primer estudiante inscrito en 1959, tal vez no por méritos, sino porque llegué muy temprano, antes que nadie, y con mucho miedo, volteando para todos lados… no conocía Hermosillo, pero llegué primero y me tocó ese número”, dijo.

“Debo aclarar que yo no entré originalmente a Química: entré a Ingeniería Civil, pero por orejas largas y mal preparado, no pude seguir, y entonces medí mis capacidades y entré a Química. Pero de origen yo entré a Ingeniero Civil”, mencionó.

En entrevista con Aleyda Gutiérrez Guerrero publicada en el número 260 de la Gaceta Unison, correspondiente a los meses julio-agosto de 2010, Eligio resaltó: “Soy de la vieja guardia, de los últimos químicos farmacobiólogos que egresaron de la Universidad; después la carrera cambió de nombre a Químico, luego a Químico Biólogo y en la actualidad es la Licenciatura en Químico Biólogo Clínico.

“Mi titulación fue una cosa muy dramática porque fui el último alumno que hizo el examen antes de la catástrofe generada por la ola verde en 1967. Empezó mi disertación, y cuando terminé prácticamente nos sacaron, estaban tumbando la puerta para que desalojáramos, hasta nos hicieron valla. El acta de examen profesional que tengo es la original, escrita a mano, así me la dieron porque íbamos caminando y los sinodales escribiendo y firmando. Me dijeron: Llévate este papel. Y lo guardo como oro molido”, le dijo a la periodista.

 La familia: pasado, presente y futuro

 En 1970 contrae nupcias con Delia Rodríguez, también química. “A mi esposa la conocí en esta ciudad, pero es originaria de Hermosillo. Tenemos tres hijos: dos mujeres y un hombre, los tres hicieron carrera. La mayor, Leticia, es química; Patriciaes contadora, reside en Hermosillo, y el menor, César Alejandro, ingeniero doctorado en Hidrología. Los hijos tienen que ser mejores que los padres. Es su reto. Que si el padre es un genio, pues tú tienes que ser más genial”, indicó.

Los nietos completan su familia, la cual calificó como la base de su vida: su pasado, su presente y su futuro.

“Mi esposa siempre ha trabajado, siempre hemos vivido a la carrera, entre los dos atendemos el laboratorio, principalmente ella cuando yo estoy en la Universidad, así que todo el tiempo hemos estado así, mis hijos también; todo el mundo trabaja”, señaló Eligio.

Tenía su telescopio y lo llevaba de tarde en tarde a la explanada del templo de Pueblo Viejo, ahí lo instalaba e invitaba a los paseantes a que observaran algún planeta, a la luna, el paso de algún cometa o algún fenómeno de esos que de vez en cuando se entreteje en el lienzo celeste y ofrece visiones multicolores que rebasan a la imaginación. De eso estaba hecho el corazón de Eligio: de calidez e imaginación, según relatan sus seres cercanos.

Al evocar a su padre, Leticia Espinoza dijo: Se la llevaba cantando, siempre con algún piropo para mamá y para nosotros… para todos tenía una palabra de aliento, algo bueno, y aunque las cosas estuvieran muy difíciles, él siempre estaba positivo y le encontraba el lado bueno a las cosas.

Le gustaba mucho estar con los jóvenes, la juventud lo motivaba mucho. Y tuvo un gusto enorme por la astronomía. Lo recuerdo siempre alegre, en la bohemia, cantando en sus reuniones o cuando se juntaba con los nietos a entonar canciones de niños. Le gustaba mucho la guitarra… lástima que no tuvo tiempo de volver a su guitarra, que por el trabajo dejó abandonada.

A tres años y medio de su partida, todavía sigue doliéndonos su ausencia porque siempre estuvo en todas partes apoyándonos,

guiándonos, exigiéndonos cuando había que exigirnos y apapachándonos cuando había que hacerlo. Mi papá fue más que un papá para nosotros: fue un amigo, fue un compañero y, a veces, fue cómplice callado de las travesuras que hacíamos. Y junto con mi mamá, que siempre fue su alma gemela y su motor, hizo de nuestra vida lo mejor que le puede suceder a alguien, porque nos enseñó a valernos por nosotros mismos y a ir siempre adelante, relata Leticia.

Una de las grandes enseñanzas de Eligio Espinoza, de acuerdo a su hija, es haber inculcado a sus alumnos que el químico biólogo es la mano derecha de los médicos, y que su formación siga siempre esa ruta. Además, que los egresados le tengan amor a su carrera.

 Caborca y la Universidad de Sonora

Cuando egresé de la carrera me fui a México. Conseguí un trabajo en Bimbo y estuve un año por allá. Al terminar el entrenamiento que me dieron, me regresé, aunque me querían dejar allá, pero no me gustó la gran ciudad. Y así llegué a Caborca, menciona Eligio en la entrevista que homenajeó su trayectoria docente en la Universidad.

“Yo no conocía Caborca… ni sabía dónde quedaba. En un camión pasajero de esos que van por Sonora, como dice la canción —añadió—, al dar la vuelta en Santa Ana me dije: ‘¿Y a qué parte del universo me llevan?’. Pero llegué aquí a Caborca y desde el primer momento me gustó, medí las posibilidades y me puse a trabajar y trabajar. Había tantas oportunidades, que tenías cuatro o cinco trabajos. Me levantaba a la cuatro de la mañana y me dormía a las once o doce de la noche. Había oportunidades y había que aprovecharlas. Y no me puedo quejar: Caborca me ha tratado muy bien”, puntualizó.

Me gusta mucho el magisterio, agregó, al grado tal de que no sé si soy un químico que da clases o un profesor que hace análisis químicos. Empecé en la enseñanza en el Instituto Sotelo, en secundaria, y luego, cuando se abrió la preparatoria de la Universidad de Sonora, me enrolé. Fui maestro fundador de la escuela  preparatoria de la Universidad de Sonora en Caborca, que inició sus funciones en 1969.

En un edificio multiusos ubicado por la calzada 6 de abril, que empezó siendo biblioteca pobremente surtida, impartimos las primeras clases Humberto Leyva Valenzuela, Lorenzo Jerez Burruel, Fausto Jerez Burruel y unos cuantos más, dijo. Yo daba clases de matemáticas, y creo que me odiaron aquellos chamacos de preparatoria por mi férrea forma de enseñar.

Forzosamente teníamos que ser pocos profesores los fundadores de la preparatoria, pues no había con qué pagarnos</strong>. Además, fue necesario hacer un solo grupo de estudiantes, muy grande, eso sí, en donde todos nos deshidratábamos con valor.

El primer director de la prepa fue Armando Quijada Hernández, una persona muy capacitada, de un modo excesivamente correcto de vestir y de platicar… pero en realidad era muy bien llevado, era fácil comunicarse con él. Todavía se le recuerda con cariño.

Y de ahí ya pasé aquí, a dar clases en la Universidad, a invitación del ingeniero Rodolfo Guzmán, en 1979.

Cuando llegué a la Universidad no había más que el edificio que hoy es el de Vicerrectoría, aunque del tamaño de la tercera o cuarta parte de lo que es hoy; además, el edificio de aulas, el edificio B, el edificio de agronomía, y el laboratorio de química: un solo laboratorio. Y a improvisar, porque no había computadoras todavía.

Me tocaron todas las generaciones de químicos, y en un principio era un problema reunir un grupo de 20 alumnos. De alguna forma éramos una familia. El tipo de estudiante era otro porque tenían que hacer cosas a mano. No aprendían más, aprendían mejor, porque ahora con la tecnología se aprende más, pero no se enraiza mucho pues nomás lees y copias y se acabó.

Antes teníamos que aprender a multiplicar, a dividir y a hacer la raíz cuadrada. Ahora los muchachos sacan una calculadora y listo: casi nadie razona y muy pocos leen… creo que es un desperdicio porque se meten a internet a jugar o a cualquier otra cosa, menos a estudiar… si uno les encarga algún trabajo, casi todo es puro copy/paste. Y te encuentras unas barbaridades tremendas: en una sola página te encuentras párrafos en pasado, presente y futuro, y en singular y plural porque son puros pedazos. Y si ese es el costo de la tecnología, pues qué triste, precisó el docente.

Eligio entrecerró los ojos y evocó: la Universidad ha cambiado, se ha modernizado. Pero en un principio no había presupuesto para casi nada, y aun así crecimos, crecimos y crecimos. Siempre hay forma de mejorar, desde lo físico hasta lo académico. Y si bien nuestros muchachos han salido bien preparados, hay que ver más para allá: aquí tiene que haber maestrías y tiene que haber doctorados, recalcó.

Yo empecé, no recuerdo en qué año, como coordinador de programa: es mi posición natural. Me gusta mucho llevarme con los muchachos, así que como coordinador de programa me puse también a diseñar laboratorios, a renovar el equipo, a ver para adelante, y a pedir, pedir y pedir… pedíamos 100 cosas y nos daban dos o tres, pero ya nos daban algo. Todo lo teníamos que pedir a Hermosillo, y muchas cosas que nos daban eran sobrantes de Hermosillo. Eran tiempos muy complicados.

Ahora los exalumnos han ayudado mucho a los que están saliendo, los recomiendan, y además, ellos se recomiendan solos con su trabajo. En un año sabático hice un curso en el CIAD, y la mitad del grupo fueron mis alumnos… y ahora ya están doctorados, recordó. Nosotros dejamos bastante encaminados a los muchachos, expresó con orgullo.

Me interesa que los jóvenes sean profesionistas éticos, que les guste la profesión, pedí que me pusieran en primer semestre, para orientarlos, meterles en las venas lo que es un químico biólogo clínico, que sepan a dónde van: esa es la parte bonita, la parte dramática, la parte que te hace más humano, la que te hace estudiar y te va haciendo cada vez mejor, destacó.

Les metimos en la cabeza que aquel químico que dice: ‘Tengo un cliente’, en vez de ‘paciente’, ese no tiene nada que hacer en esta carrera, porque lo químicos tenemos pacientes, no son clientes. Les mostramos la camiseta, se la pusieron y respetan mucho eso. Y hasta la fecha yo sigo con esa idea: respeto para los pacientes, prepárense, en un laboratorio, si tú estás con una gorra de beisbol y bata blanca, no es la forma. Si así vas a aprender a tratar a tus pacientes, pues no vas a llegar muy lejos…

Maestro de tantas generaciones

“Caborca es un espejo fiel del triunfo del hombre sobre las adversidades. Todavía en la década de los cuarenta decir Caborca y decir desierto eran palabras sinónimas… excepto para los caborquenses”, expresa Eligio Espinoza en el primer capítulo de la semblanza histórica de ese campus, que dejó inconclusa. Y uno puede suponer que esa tenacidad fue la que hizo que el químico se quedara en las tierras que sólo el sol y la visión de futuro pudieron amansar.

“Los sonorenses están hechos con un molde muy especial e irrepetible con el que se produce gente indomable. De ello da fe la historia con la fracasada conquista por los españoles, que finalmente terminó la conquista por la espada. La fallida invasión encabezada por Henry Alexander Crabb, gesta heroica que gran parte de México no conoce su existencia ni la comprendería, porque de haber triunfado ese filibustero, Estados Unidos hubiera reclamado Caborca y gran parte de Sonora para ellos”, añade en la historia inacabada.

Eligio fue fundador de la Semana del Químico en el campus Caborca, que ya suma 22 ediciones, y fue coautor de la semblanza histórica de los primeros 25 años del campus Caborca. Fue un gran impulsor de actividades de diverso tipo, y en especial del fomento al servicio social de los universitarios, para que cumplieran con la ciudadanía más necesitada.

“Es un dolor muy grande el saber que ya no estás entre nosotros, gran pilar del Colegio y mejor amigo, que con su alegría y manera de ver la vida nos deja un gran vacío. Maestro de tantas generaciones y químico recién certificado que nos demostró que no hay edad para seguir aprendiendo y luchando por lo que queremos. Que Dios lo reciba con todos los honores que merece este gran amigo, colega y mucho mejor ser humano. Nos hará mucha falta y lo extrañaremos todos”, señaló el Colegio de Químicos de Caborca justo el día en que falleció Espinoza Ojeda.

Luis Enrique Riojas Duarte, vicerrector de la Unidad Regional Norte, en el video ligado a la jubilación de Eligio, mencionó: “realmente es una persona a la que vamos a extrañar, es una persona que ha sido responsable del parte del avance que ha tenido el Departamento de Ciencias Químico Biológicas y Agropecuarias, y el programa de Químico Biólogo Clínico, un maestro que ha roto muchos esquemas y que siempre tiene una manera alegre y humorística de hacer y de decir las cosas. Es una persona a la que definitivamente vamos a extrañar y mucho”, puntualizó.

Y añadió que Eligio nunca ha dejado de tener esa creatividad para hacer cosas, para intentar algo nuevo o maneras distintas de hacer las cosas. Es algo que siempre le admiramos: su enorme energía y pasión.

Por su parte, Mario Gómez Quezada, director de la División de Ciencias e Ingeniería, indicó que Eligio Espinoza es conocido por toda la comunidad universitaria y es todo un ícono de nuestra institución. Fue un excelente compañero y amigo por muchos años; colaboramos como profesores y como funcionarios, y fue toda una experiencia y un privilegio haber compartido todos esos años con su apoyo y su experiencia.

Yo siempre he dicho que Eligio Espinoza trabaja jugando, y ese humor que él tiene nos los transmitió a nosotros, de tal manera que en algunas ocasiones, cuando el trabajo agobia, salía él con su buen humor y nos hacía más liviana la carga, y por lo tanto salíamos adelante bastante bien, describió.

Gómez Quezada apuntó: “Eligio era una persona íntegra en todos los retos que él emprendía; igualmente como funcionario, siempre responsable, tratando de sacar en tiempo y forma todos los pendientes, todos los compromisos del Departamento. A mí me tocó trabajar a su lado, codo a codo con él por muchos años: teníamos problemáticas muy similares, por lo tanto, las resolvíamos con ayuda mutua”.

A su vez, Jesús ortega García, secretario académico de la División de Ciencias e Ingeniería, compartió que “Eligio Espinoza ha sido una persona bastante representativa del campus, ha sabido guiarnos, dirigirnos como maestros, y como compañero ha sido una persona que va a ser difícil de reemplazar después de tantos años que hemos convivido con él, por muchas aspectos: háblese de docencia, investigación y del trabajo cotidiano del día a día, pues marca una gran diferencia de lo que es ahora a  lo que fue antes, cuando él estaba con nosotros aquí laborando”.

En tanto Rafael de la Rosa López, quien sucedió en la Jefatura del Departamento de Ciencias Químico Biológicas y Agropecuarias a Eligio Espinoza, menciona que “al hablar del maestro Eligio es difícil encerrarlo nada más en este cerco de la Universidad, porque en lo que a mí corresponde es también una historia de vida, de amistad, de conocerlo no sólo como compañero de trabajo aquí… sino en varios aspectos más. Lo extrañaremos”, estableció.

 La literatura: otra de sus pasiones

 Ante la variedad de los temas, que no hay límites cuando a alguien le gusta escribir, dijo Eligio Espinoza. Y él abordó varios géneros literarios: novela, poesía, cuento, crónica y semblanza, y no se olvidó de la ciencia. De su ciencia: la química.

Le confesó a Aleyda Gutiérrez que no recordaba si escribió su primer poema a finales de la primaria o ya en secundaria, pero su primera publicación formal fue a edad avanzada, siendo ya trabajador de la Universidad. “Soy un escritor con muchas ganas de hacer las cosas y que las hace lo mejor que puede, que quiere seguir mejorando, intentándolo”, añadió.

Compiló un trabajo de rescate histórico sobre el 25  aniversario del campus Caborca, y trabajó con un libro que calificó como de ciencia pura: Hematología, que se utiliza como libro de texto en la carrera de Químico Biólogo.

De su inspiración nació también un poemario que quedó sin publicar, que tituló Sueños que quieren vivir. Algunos poemas de este libro están incluidos en la antología Letras y contrastes: Primer concurso de poesía Alonso Vidal, publicada por el H. Ayuntamiento de Hermosillo en el año 2000.

Igualmente, quedó inconclusa una semblanza histórica del campus Caborca, que abarcaría los primeros 35 o 40 años de esa unidad académica. Planeaba inscribirlo en la convocatoria La Mirada del Búho para que tuviera el sello editorial de la Universidad de Sonora.

En la entrevista con Gutiérrez Guerrero, Eligio señaló: “Me comenzó a picar la idea de escribir una novela porque mi papá escribía cartas a una nieta suya que vive en Phoenix y yo coleccioné toda esa correspondencia; de esos datos y de cosas que él me contaba nació Minero”.

De esa novela, Armando Zamora recuerda que una tarde de 1996 llegó a la Jefatura del Área de Publicaciones el químico Eligio Espinoza. “Traía en un ancho folder el mecanoescrito de una novela y me pidió que la leyera para saber si valía la pena publicarla. Pensé que sería tiempo perdido el que dedicara a esa lectura, y me dieron ganas de decirle que tenía muchos libros por leer, pero no lo hice. Recibí el texto y el profesor se fue, dándome las gracias, muy amable y sonriente.

“Un par de días después empecé a leer la historia del Chato Mois, el personaje principal de la novela y padre de Eligio, y empecé poco a poco a meterme en ese vericueto de túneles que describía el autor y de episodios que en la realidad habían sucedido en Cananea: desde la vida cotidiana, las relaciones familiares, los encuentros con las enfermedades, la huelga y la templanza para soportar los embates del hambre y de los ataques de los dueños de la mina. Todo era sorprendente, y una palabra se me quedó grabada para siempre: silicosis.

“Más que corregir ortografía y sintaxis, batallé un poco para que Eligio se atreviera a dejar hablar a los mineros con las palabras completas, no con esos obscenos puntos suspensivos que tanto utiliza la prensa local para intentar ocultar las palabras que todos conocemos y utilizamos. En lugar de escribir chin… o cab… o pend… debería de poner los términos puntuales, como son. ¿O los mineros hablan con puntos suspensivos?, le pregunté.

“Eligio estaba reacio a poner las palabras completas porque no quería que lo tacharan de grosero, pero cuando captó que quienes hablaban eran los personajes, no el autor, y que además el minero tenía que hablar como minero para que los otros mineros (y todos lo lectores) se reflejaran en los personajes, lo demás fue fácil. Trabajamos mucho con la edición, y en 1997 se publicó la primera edición de Minero en la colección Varia, de la Universidad de Sonora. Fue una edición muy austera, pero tuvo mucho éxito”, señaló el exjefe de Publicaciones.

Manuel Fraijó señala en ¿Sólo una hamaca vacía?, ante la ausencia de los seres queridos: “Me sigo preguntando si habrá que conformarse con los recuerdos. Desde luego, el recuerdo es una presencia densa, simbólica, evocadora. Si queda el recuerdo, queda algo noble. De hecho, en las religiones tradicionales africanas, mientras el difunto es recordado por su nombre, aún no está muerto del todo”.

Quienes conocimos a Eligio Espinoza Ojeda, quienes lo recordamos, abonamos su recuerdo y fortalecemos su imagen en la memoria. Hay mucho que rescatar de personajes que, como Eligio, le dieron tanto brillo a la Universidad de Sonora, que no podemos permitirnos olvidarlos.  Ya lo dijo Fraijó: “Si queda el recuerdo, queda algo noble

Nota bene. Esta semblanza se basa en anotaciones tomadas del documento testimonial MC Eligio Espinoza Ojeda, radicado en la dirección de YouTube https://www.youtube.com/watch?v=v6tgv5Q0tM0, así como de la entrevista realizada por Aleyda Gutiérrez Guerrero para la Gaceta Unison y en las múltiples conversaciones sostenidas entre el docente y Armando Zamora.

FOTOGRAFÍAS:

FOTO 1 Cruz Teros

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FOTO 5 Buenavista: tomada de https://www.facebook.com/TizocGonzalezC/photos/

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FOTO 7 Buenavista: tomada de https://www.facebook.com/TizocGonzalezC/photos/

FOTO 8 Tomada de https://www.youtube.com/watch?v=v6tgv5Q0tM0

FOTO 9 Tomada de https://www.youtube.com/watch?v=v6tgv5Q0tM0