El trazo y la fórmula: Jorge Téllez Ulloa, entre el arte y la ciencia

4 de junio de 2025


Aleyda Gutiérrez Guerrero

En el corazón de la Universidad de Sonora, donde se entrelazan generaciones, saberes y vocaciones, el nombre de Jorge Téllez Ulloa representa una historia de fidelidad inquebrantable al conocimiento, al arte, a la docencia y a una institución que ha sido su segundo hogar por casi siete décadas.

A sus 78 años, Téllez sigue caminando con paso sereno entre su cubículo del Departamento de Investigación en Física, y en las aulas de los programas educativos donde ha labrado una carrera que desafía las clasificaciones simples.

Jorge Téllez no es solo físico, ni solamente matemático, ni únicamente artista visual. Es, en toda la extensión de la palabra, universitario.

Primeros trazos en la Universidad

Su historia con la alma mater sonorense comenzó, cuando, con apenas 10 años de edad, ingresó a los talleres de artes plásticas. Fue ahí donde, bajo la guía de figuras legendarias como Higinio Blat y su esposa Carlota Garmendia, ambos refugiados vascos, desarrolló una sensibilidad estética que lo acompañaría toda la vida.

"Tuve muy buenos maestros, aprendí bastante con ellos. Estuve desde quinto de primaria, cuando tenía 10 años: quinto, sexto, luego los tres años de la secundaria, cinco años en total. Ya en la prepa la carga se me hizo pesada y solo estuve como un mes y me salí", expresa.

Aquel niño que plasmaba colores en el lienzo y experimentaba con el claroscuro del carboncillo crecería en medio de los salones de la Academia de Artes Plásticas.

Fue una formación artística temprana, impregnada de humanismo y de una disciplina que lo marcaría para siempre. Aunque eventualmente se decantaría por las ciencias exactas, nunca dejó de considerarse artista, ni de llevar el dibujo en sus manos y en su mirada.
“Me sentí muy vinculado a la Universidad desde pequeño. Inclusive, yo a mis compañeros de primaria les decía con mucho orgullo: ‘estoy en la Universidad de Sonora’”.



El viraje hacia las ciencias se dio de forma natural, durante la secundaria, Jorge descubrió una afinidad profunda con las matemáticas y la física e ingresó a la Escuela de Altos Estudios, en el mismo espacio donde cursó la educación media.

Enfocado a las matemáticas

Pero su fascinación por el conocimiento y su deseo de continuar como académico lo llevaron a buscar nuevos horizontes fuera del país. Así fue como viajó a Philadelphia, Estados Unidos, donde amplió su visión intelectual y tuvo la oportunidad de entrar en contacto con otros enfoques pedagógicos y científicos.

Posteriormente, decidió continuar su formación en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), una de las instituciones científicas más prestigiadas de México. Ahí obtuvo la maestría en Ciencias con especialidad en física teórica, en 1991; más adelante, ya en una etapa más madura de su vida académica, concluyó su doctorado en el año 2005.

A su regreso a Hermosillo, se reintegró de lleno a la docencia, labor que ha desempeñado en esta institución durante casi 56 años, y revela que, aunque su especialidad es la relatividad general, su vocación docente lo llevó a centrarse principalmente en el área de matemáticas, especialmente en los programas de ingeniería.

“Aunque mi formación es en física, gran parte de mi trayectoria docente ha estado dedicada a las matemáticas. Desde que me integré a este Centro de Investigación, por cuestiones de disponibilidad, las materias que me ofrecían eran de Matemáticas, y con gusto las tomaba”, recuerda.

Pizarrón y gis

Su compromiso con la formación de nuevas generaciones también lo llevó a participar en la enseñanza a nivel posgrado. “Fui de los que impulsó la creación de la Maestría en Física cuando estábamos ubicados arriba del edificio del museo y Biblioteca de la Universidad; se subían unas escaleras y ahí estaba el Centro de Investigación en Física (Cifus). Ahí empecé a dar clases a estudiantes muy buenos, aunque el grupo era pequeño.

“Ya cuando nos cambiamos para acá, al ahora llamado Difus, impartía básicamente un curso de Mecánica. Más adelante decidí cambiar de rumbo, me acerqué al Departamento de Matemáticas, solicitaba materias y me las asignaban", comparte.

Desde entonces, su empeño ha sido transmitir el conocimiento con claridad. “Sin querer presumir”, expresa, “las evaluaciones que recibo por parte del alumnado suelen ser altas desde que se implementaron, pero más que eso, lo más importante para mí es lograr que comprendan”.

Fiel a una concepción pedagógica que privilegia el contacto directo y el pensamiento compartido, Jorge Téllez es un defensor convencido del pizarrón y el gis. Basta entrar a su cubículo para constatarlo.

“El pizarrón permite un ritmo de pensamiento que los proyectores no ofrecen”, afirma con convicción. “Cuando uno escribe en el pizarrón, el alumno ve cómo se desarrolla una idea, paso a paso, no se le da todo hecho. Además, uno mismo piensa mejor mientras escribe, es como ir caminando con los estudiantes en el mismo sendero”.

No se trata de nostalgia, aclara, sino de una pedagogía centrada en la presencia, en pensar en voz alta junto a los alumnos, en atender sus preguntas sin intermediarios tecnológicos.

También recuerda las etapas de transición que vivió en la Universidad, cuando cambiaron las reglas laborales y se multiplicaron los grupos y las asignaciones.

“Si uno dedica el tiempo que requiere la docencia, es muy absorbente, en especial si se imparte más de una materia, debes preparar la clase, impartirla, revisar trabajos… ese tipo de cosas”.

Rememora, además, una de las etapas más intensas de su carrera: “Yo empecé dando clase aquí, en la preparatoria, cuando abrieron tres turnos —matutino, vespertino y nocturno— y daba clase en los tres. Y en ese entonces la prepa era la entidad con más población de toda la Universidad. Entonces, llegué a darle clases a mil alumnos, fue abrumador, eran pilas y pilas de trabajos que revisar fuera del aula, no lo volví a hacer”, dice con una sonrisa.

Origen del Staus y compromiso colectivo

Su compromiso con la Unison no se limita a las aulas. Fue uno de los 30 profesores fundadores del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Sonora (Staus), creado en su momento, en un contexto de tensiones políticas, con represión y hostigamientos, dice.

“Nos perseguían, no fue fácil, pero sabíamos que era necesario defender nuestros derechos y fortalecer a la Universidad”, rememora de aquellos años que forjaron en él una visión más amplia del papel del académico como agente social y constructor de comunidad.

“Por cuestiones personales, ya no estoy en el sindicato, pero hace algunos años me dieron un reconocimiento como fundador. Fue un granito de arena, un porte a la institución, ya lo demás es historia...”, menciona.

Retorno pendiente al color

Más allá del activismo sindical, que dio origen al Staus, y la docencia, Téllez ha participado activamente en congresos y seminarios, ha dirigido tesis, ha acompañado trayectorias estudiantiles y ha fungido como referente académico para colegas y generaciones de alumnos.

Sin embargo, nunca se alejó del arte y aún conserva esta pasión que retomará cuando se jubile, asegura.

"Mi tiempo lo voy a invertir en hacer cosas pendientes y en pintar, porque yo he dejado de pintar. Pero cuando una vez se me ocurrió agarrar el pincel de vuelta, sentí que no había dejado de estar con el color.

“Y entonces es donde aprendí que uno puede dejar de pintar, pero no quiere decir que vas a dejar el proceso mental que eso implica. Ver los atardeceres bonitos, ver los colores, los mezcla uno en su mente”, asegura.

En su tiempo de estudiante de artes plásticas participó en algunas exposiciones de la academia, a nivel general, pero eran pocas, dice, porque aunque se desarrollaba el arte en ese momento, éste no permeaba mucho a la comunidad.

Para Jorge Téllez pintar es otra forma de pensar, pues en la mente se va componiendo la imagen antes de ponerla en el papel, lo que para él podría ser algo parecido al proceso matemático: hay una estructura, una armonía interna que busca descifrar y expresar.

La familia como sustento de vida y vocación

Jorge Téllez Ulloa, nació en Hermosillo, Sonora, el 17 de febrero de 1947, es hijo de Manuel Téllez y Ofelia Ulloa, tras escuchar su historia se puede decir que sus logros y su dimensión humana son inseparables de su vida familiar.

Estuvo casado 54 años con María Luisa Flores Lerma, con quien construyó una relación de profunda complicidad, respeto y afecto. Expresa que sin el apoyo y solidaridad de su compañera de vida no habría podido crecer como profesionista ni cursar posgrados fuera de la ciudad.

Juntos formaron una familia de cuatro hijos: Claudia, Patricia, Elizabeth y Jorge, quienes estudiaron una carrera profesional.

“Casi todos estudiaron en la Universidad de Sonora: Derecho, Nutrición, Física. En el caso de Mecatrónica, como en ese tiempo no había aquí, tuve que meter a mi hijo a una universidad privada. Fue la única vez que pedí un trabajo fuera de la Unison, porque al ser maestro de esa otra institución lo becaban a él.

“Ver a mis hijos egresar de la Universidad fue una de las mayores satisfacciones de mi vida”, dice con orgullo. La pérdida de su esposa hace poco más de un año y de su hijo, hace siete, lo marcó profundamente, pero la fortaleza de sus lazos familiares y su vida académica le han permitido seguir adelante con entereza.

El umbral de la jubilación: cerrar un ciclo, abrir otros

Por sus 55 años de servicio, la Universidad de Sonora le otorgó recientemente un reconocimiento durante la Ceremonia del Día del Maestro.

Hoy, Téllez Ulloa se encuentra próximo a la jubilación, pero sin perder la pasión que lo llevó a empezar.

En su cubículo, en el que ya se comienzan a llenar cajas para desocuparlo, conviven libros, un pizarrón, artículos decorativos, algunos cuadros y muchos recuerdos. Su legado es difícil de cuantificar, pero evidente en el respeto y afecto de quienes lo conocen.

“En todos los actos que participo me gusta que lo que yo haga tenga un beneficio para los demás”, dice mientras observa hacia afuera desde su amplia ventana, donde de fondo se escucha el cantar de los pájaros.

Y continúa: “Lo que me ha impulsado a estar tanto tiempo en la Universidad es el cariño que le tengo. Saber que lo que doy, lo doy bien. Quizás uno no deba calificarse, pero yo sí me califico, doy las cosas bien, y eso es lo que me mantiene. Me gusta mucho la Universidad.

“Esta institución con el tiempo cambió, antes eran pocas aulas y carreras. Además, ahora los académicos tienen la oportunidad de seguirse preparando con goce de sueldo, ya no es tan difícil. Para algunos de nosotros, en principio, sí fue un sacrificio económico, personal, familiar... pero es conocimiento que viene y se comparte”, enfatiza.

Así, con voz pausada y mirada lúcida, Jorge Téllez Ulloa sintetiza una vida entera al servicio de la educación, la ciencia y el arte. Una vida que, al narrarse, ilumina lo que significa realmente ser parte de una Universidad: crecer con ella, defenderla, transformarla y dejar en ella una huella profunda, noble e imborrable.