23 de octubre de 2025
“Creo en el teatro como una institución. Creo en la educación de las personas a través del arte, porque el arte, si es bueno, se ocupa de descubrir la verdad”, dijo el director de teatro alemán Claus Peymann. Y quienes vieron trabajar con ahínco a Cutberto López Reyes podrían tomar esa frase y ponerla como ofrenda a sus pies porque mucho de ello estuvo en los últimos 40 años de su vida.Cutberto López nació en Benjamín Hill, el 20 de marzo de 1964, y en medio de esa árida y áspera región, el Cutberto adolescente desarrolló una imaginación que lo rebasaba, por lo que tuvo que inventar personajes para recrear su realidad en escenarios luminosos, multitudinarios, fastuosos, para —como lo hiciera el Padre Kino 300 años atrás— extender los límites de su taumaturgia literaria.
Conocí a Cutberto en unas oficinas contiguas ubicadas en el edificio del Museo y Biblioteca: en los primeros años de la década de 1990 —en aquellos años en que la Ley 4 universitaria apenas gateaba—, cuando fue nombrado jefe de Difusión Cultural y yo era jefe de redacción del periódico UníSono desde años atrás. Para ese tiempo, él ya había sido mimo, actor, asistente técnico y dramaturgo en ciernes. Fuimos vecinos durante algunos meses, luego tomamos caminos diferentes: yo hacia afuera de la institución, él hacia el estrellato.
Él y yo no fuimos amigos, y esa distancia me sirve para decir lo que digo sin apasionamientos. Fuimos compañeros de trabajo y nos tuvimos respeto como colegas en el campo de la literatura, cada uno en su parcela, y acaso por eso no había competencia en lo que compartíamos. Debo decir que el dramaturgo que conocí y que traté durante años era una persona que estaba permanentemente escribiendo, aún en la oficina.
Tres años después volví a ocupar mi espacio, ahora como jefe de Publicaciones, y una vez que acudí a preguntarle algo, me recibió en su cubículo con estas aladas palabras y me confesó —así en su lenguaje franco y sin maquillajes— su ars poética: «Si vieras, Armando, cómo tengo ganas de escribir, me siento como vieja panzona a punto de parir». Yo nomás lo vi así como medio extraño y le dije: “Pues qué interesante, ¿no?, yo cuando traigo la necesidad de escribir, me siento como bolsa de palomitas después de 2.5 minutos adentro del microondas: a punto de reventar, pero nunca he tenido el gusto de sentirme preñado sabrá dios por quién o por qué animal de la poesía: ¿será cuestión de gustos o desviaciones?”, señalé.
Y luego le dije: “En verdad que te envidio, Cutberto”. Y se me quedó viendo con una sonrisa ladeada y socarrona. Después añadí: “Es que yo creo que los dramaturgos escriben en tres dimensiones, y los poetas lo hacemos en una sola. Yo no podría escribir una obra de teatro, porque ustedes tienen en cuenta lo alto, lo largo y lo ancho del escenario”, concluí con una ingenuidad supina. Él nomás me dijo, sumando la mirada a la sonrisa: “No te compliques, loco, ese es trabajo de los directores”.
El hombre es un ser para la muerte
“La vida es el territorio de la transitoriedad”, dijo un poeta, y quien no esté consciente de esta fugacidad estará condenado a la soledad —incluso acompañada— y a no tener una segunda oportunidad para reconocer sus errores y aciertos, y a recapacitar sobre la propia falibilidad humana, si se me permite parodiar a García Márquez.
Y la muerte a todos coloca en su lugar. El nombre de Cutberto López ahora se instala entre los pilares de la dramaturgia sonorense, casi a la altura de Sergio Galindo, Roberto Corella y Abigael Bohórquez, por mencionar sólo a algunos, y se inscribe al costado de los fundadores y promotores del teatro universitario Alberto Estrella, Óscar Carrizosa y Luis Enrique García, entre muchos otros.
A Cutberto habrá que agradecerle su esfuerzo institucional por retomar la tradición perdida de entonar el himno universitario en las ceremonias solemnes, por impulsar y ser animador de la Serenata de Aniversario, por atraer a la Universidad de Sonora el Festival Nacional de Monólogos Teatro a Una sola Voz, hoy promovido en la entidad por otras instancias, y por impulsar el programa Culturest, ideado por Marcelo Gaviña.
La cultura, se ha dicho repetidamente, es un factor importante para el crecimiento integral del ser humano, y se convierte en una herramienta fundamental para el desarrollo social y económico de los pueblos. Este es otro de los rasgos que habrá que agradecerle a Cutberto López, porque su vasta obra —al margen de la prueba del ácido de la crítica teatral— está ahí: única e irrepetible, a la vista de todos, y cada asistente a sus obras o cada lector de sus libros se forjará su propia opinión sobre las propuestas planteadas.
Nadie tiene el cielo ganado, como dirían los abuelos. Cutberto tuvo la fortuna de aprovechar su tiempo y espacio para provocar risas y llantos a través de sus piezas teatrales. Algunas con mucho éxito, otras no tanto, aunque a mí me queda la impresión de que lo importante para Cutberto era dar vida y voz a todos los niños y adolescentes que imaginó ser en su tierra natal, tachonada por el silbato de las locomotoras y el traqueteo de los trenes que llegaban a descansar a Benjamín Hill, mientras aquel pequeño descubría las luciérnagas del teatro entre las vías aceitosas de la infancia.
Al final, entendí que Cutberto López venía marcado con una habilidad, no con un destino, y que la desarrolló en un ambiente propicio y le dio vuelo a su imaginación y a su disciplina poética para dejarnos una obra que, pese a su muerte, durará acaso para siempre.
Me quedo con su manoteo huracanado al hablar, con el atractivo diferente que adquieren los actores en la vida, con su necesidad de apoyar y recibir apoyo en una transacción cultural, con su energía, su vitalidad, su fuerza, su carisma, con su risa de vaca marina y con su charla sobre el momento creativo de aquellos años. Habrá que dar gracias por esos momentos, no por otros.
“El hombre es un ser para la muerte”, señaló el filósofo Martin Heidegger para apropiarnos de nuestra propia finitud humana. No lo olvidemos. Hoy, 23 de octubre de 2025, a los 61 años, falleció Cutberto López Reyes. La moira Átropos nos debe una explicación.
La Universidad de Sonora se une a la pena que embarga a familiares y amigos de Cutberto López. Descansa en paz: aquí dejas tu mirada inquieta y tu voz que espantaba a las palomas. Los teatros te extrañarán.




