Maria del Carmen Candia Plata: 42 años de servicio, ciencia y humanidad

05 de diciembre de 2025


Aleyda Gutiérrez Guerrero

La figura de Maria del Carmen Candia Plata se asemeja a un pulso firme: constante, preciso y profundamente humano. Así como un médico experimentado reconoce en cada latido la historia de un organismo, ella ha aprendido a leer en cada generación de estudiantes el ritmo cambiante de la salud, la educación y la vida institucional.

Ha desarrollado una trayectoria marcada por la ética y la docencia. En ella confluyen la sensibilidad del aula, la disciplina del laboratorio y la precisión del trabajo administrativo.

Originaria de la Ciudad de México y nacida el 11 de enero de 1958, su identidad se construyó con los años, no en los pasillos de la infancia, sino en la madurez de las decisiones que asumió más adelante, cuando la vida comenzó a mostrarle que su lugar estaba en la frontera entre la ciencia y el acompañamiento humano.

La vocación no llegó pronto. Lo que sí estuvo desde el principio fue la curiosidad: la lectura temprana, las conversaciones formativas, el deseo de comprender el mundo desde la palabra y desde la mirada de los otros.

“Ese interés por la salud y por la educación en particular nació, creo, muy tardíamente, alrededor de los 20 años. En la infancia realmente lo que me interesaba era conocer el mundo, aprender del mundo a través de los quizá escasos libros que tuve a la mano, del contacto con la gente que había leído mucho, que también era poca. Pero lo que supe era que me interesaba el leer, aprender de la gente y conocer el mundo”, comparte.

El despertar hacia las ciencias de la salud ocurrió en la preparatoria, cuando percibió que disciplinas como Medicina y Química le permitían entender, y eventualmente, ayudar al ser humano de una manera directa.

Su ingreso a Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sucedió casi al límite del tiempo, cuando debía elegir carrera. Allí comenzó una trayectoria sólida, rigurosa y profundamente vinculada a la docencia. Más tarde, la vida la condujo al norte del país, a Sonora, donde encontró su casa definitiva y la institución que marcaría su identidad profesional.

Un hogar académico en el norte

En la Universidad de Sonora ha permanecido 42 años, tiempo en el cual ha ejercido casi todos los posibles rostros de la vida universitaria: docente, investigadora, gestora, funcionaria, coordinadora, diseñadora curricular, promotora de la ciencia, orientadora de jóvenes y presencia constante en la transformación académica. Pocas personas pueden afirmarlo con tal amplitud.

Adscrita al Departamento de Medicina y Ciencias de la Salud, cuenta con grado de Licenciatura, Maestría y Doctorado. A lo largo de su camino académico ha participado en cuerpos colegiados, comisiones de evaluación, procesos de acreditación nacionales e internacionales, comités de ética, programas de formación docente y grupos de rediseño curricular.

Dentro de la Universidad de Sonora ha colaborado en estructuras académicas estratégicas en momentos decisivos, aportando una visión organizacional precisa y una defensa constante del trabajo bien hecho. Fuera de la institución ha ofrecido asesorías, participado en redes nacionales de educación en salud y colaborado en espacios de evaluación académica profesional, entre otras funciones.

Conoce la institución desde sus cimientos: los reglamentos, los procesos, los retos académicos, la importancia del consenso y el valor del ejercicio colegiado. Su paso por los cuerpos académicos ha sido determinante para fortalecer indicadores institucionales, impulsar procesos de acreditación, actualizar planes de estudio y construir rutas viables para la mejora continua.

La docencia como pulso vital

Pero su logro más profundo no se mide en documentos ni en cargos dentro y fuera de la Unison. Es visible en la formación de quienes pasaron por sus aulas. Ella lo expresa con la calidez de quien reconoce el privilegio de acompañar vidas:

“Como cualquiera otra de las actividades que me apasionan, entre ellas la docencia, lo que me mantiene en ello es que son actividades muy intensas, que además no son estáticas. Por el contrario, su dinamismo imprime cada vez mayor interés para mí.

“En el caso de la docencia, el conocer jóvenes de cada generación es un aliciente; el saber que son estudiantes que llegan a la Universidad de Sonora con los mejores estándares de entrenamiento e interesados por adquirir la mejor preparación, también es un estímulo. Eso es en particular la docencia para mí”, comenta.

Durante 25 años impartió clases en el área de Ciencias Químico-Biológicas, donde formó generaciones de profesionales. Posteriormente, se incorporó a Medicina, carrera en la que ha acompañado el desarrollo académico de futuros médicos.

“Creo que no hay una anécdota en particular. Tengo que recordar, o tendría que recordar, muchísimas anécdotas, básicamente desde 1983, cuando conocí por primera vez a los alumnos de Ciencias Químico-Biológicas. Con ellos tuve muchísimas experiencias de vida y también en la docencia; de hecho, es un gremio al que adoro profundamente, el de los Químicos.

“Por supuesto, también al gremio médico del que soy parte, del que soy miembro. En muy diferentes etapas de mi vida profesional he tenido contacto con ellos y la fortuna de formar a varias generaciones de médicos, a quienes veo que participan activamente a escala de la asistencia hospitalaria o inclusive tienen una actividad a nivel particular muy exitosa.

“Realmente, agradezco la fortuna de haber tenido como parte de mi actividad profesional la oportunidad de dar clases tanto a los químicos como a los médicos. Es algo, es una oportunidad, es un honor que tiene poca gente y yo la he tenido durante 42 años”, resalta.

La entrega se mantiene, incluso cuando la docencia implica tensiones, desafíos o decisiones difíciles. Para ella, la clave está en detenerse a pensar, evaluar contextos, medir el impacto de las respuestas y sostener con dignidad el compromiso profesional. Esa capacidad de reflexión la ha acompañado siempre, dentro y fuera del aula.

En su visión, quienes se dedican al ámbito de la salud debe formarse desde un humanismo profundo.

Entiende al paciente como una persona compleja, con una historia única, con realidades que ningún diagnóstico puede abarcar por completo y enseña que el médico no solo canaliza tratamientos, sino también esperanza, claridad y acompañamiento.

Su pensamiento parte de una ética sólida: reconocer que cada cuerpo, cada enfermedad y cada proceso emocional pertenece a una vida que merece cuidado y respeto y así lo transmite a sus estudiantes.

“Están construyendo o inician la construcción de una carrera académica en la que su objeto de estudio es la salud humana. Quisiera que, en lugar de ver su objeto de estudio como la enfermedad humana, que sea la salud humana. Que todos colaboremos para mantener una sociedad más saludable, construir mejores expectativas de una vida saludable para nuestra sociedad”, dice.

Maria del Carmen Candia admite que el paso del tiempo no ha cambiado su esencia. Ha acumulado experiencia, sí, pero mantiene la misma claridad interior:

“Una persona no es el resultado solamente de lo que hace por sí misma, es el resultado de su contexto, de las personas con las que interactúa, de la forma en la que responde frente a esa interacción.

“Es lo que he tratado de hacer a lo largo de mi vida personal y mi vida familiar, mi vida profesional, incorporando lo bueno que me ha dado la vida para ser mejor persona. He tratado de serlo y espero haberlo logrado”, reflexiona.

Su contexto ha sido generoso: la universidad, su hogar, los estudiantes, los colegas, los cuerpos académicos, su comunidad profesional.

Una vida plena dentro y fuera de la institución

Fuera de la institución, su identidad es simple y luminosa. Ama profundamente a su esposo, el físico Sergio Gutiérrez López, recientemente jubilado después de más de cuatro décadas de servicio universitario. Habla de sus hijos con un orgullo que no necesita exageraciones: Paola Danae, doctora en música y mezzosoprano; y Sergio, cirujano oncólogo formado con excelencia y compromiso.

En casa, dice, lava platos, cocina cuando puede y procura que la felicidad sea parte de la vida diaria. Es en ese espacio donde se reconoce más plenamente, con la misma honestidad que transmite en su labor profesional.

El Premio Universidad de Sonora a la Trayectoria y al Mérito Académico 2025, que recibió recientemente, representa para ella un honor profundo, no por el simbolismo institucional, sino por lo que expresa, el reconocimiento al trabajo compartido, a la suma de esfuerzos de su cuerpo académico, de sus colegas, de sus estudiantes.

Por eso lo dedica a todos:

“A mi amada familia, mi esposo, a mis hijos, a mis pacientes, a mis compañeros de trabajo, a mis grandes amigos de vida, mis químicos adorados, mis médicos fraternos. A todos ellos, porque esto es el resultado del trabajo que hemos realizado juntos a lo largo de 42 años. No soy yo sola, somos todos. A todos ustedes se los dedico.

“Agradezco particularmente a los miembros de mi cuerpo académico, que desde siempre ha sido un soporte fundamental para el desarrollo de todo lo que hemos construido juntos. A todos ellos un abrazo”, expresa.

La vida de la Doctora Candia Plata se sostiene en tres pilares: la docencia, la ciencia y el servicio. A lo largo de 42 años ha demostrado que el conocimiento es más valioso cuando se comparte, que la gestión académica importa cuando tiene rostro humano y que la medicina se vuelve ética cuando reconoce la dignidad de cada persona.

Su historia no se cuenta a partir de un origen, sino desde una presencia. Es un pulso firme que continúa, un ritmo constante que acompaña, orienta e inspira, y quienes han tenido la fortuna de cruzar su camino saben que su legado no se mide en años, sino en vidas transformadas.

“Creo que más que haber aportado yo, las diferentes instituciones en las que he estado trabajando y en particular la Universidad de Sonora, me han aportado a mí; cualquier persona es el resultado de lo que recibe del mundo y la forma en la que lo asimila y responde. Yo soy el resultado de mi entorno, y mi entorno me ha dado más, por supuesto, de lo que yo creo haberle dado a mi entorno.

“En la Universidad de Sonora he pasado dos terceras partes del tiempo, los últimos 42 años. Por supuesto que esto significa que es, en muchos sentidos, mi casa. Aquí vivo la mayor parte del tiempo, a veces uno querría estar un poquito más con la familia, pero esto significa también que forma parte de uno mismo, y la Universidad de Sonora es parte de mí misma”, resalta.

La vida profesional de Maria del Carmen Candia Plata no solo refleja constancia y entrega, encarna una forma de entender la educación y la salud como espacios de encuentro humano. Su trayectoria en la Universidad de Sonora es la historia de una vocación que se hizo destino, de una ética que se volvió método y de un compromiso que, lejos de agotarse, sigue latiendo con la fuerza serena de un pulso que acompaña e inspira.