Ceremonia del Día del Maestro: la paradoja del barco de Teseo en la mirada

13 de mayo de 2022


Armando Zamora

El pronóstico señala que a las 12:00 horas de este día la temperatura será de 35°C, una calidez poco comparable con la que a esa misma hora se sentirá en el interior del Salón de Convenciones del Centro de las Artes de la Universidad de Sonora, donde hoy se realizará la Ceremonia del Día del Maestro y Reconocimiento a los docentes que han cumplido años de servicio en la casa de estudios en el rango de 25 a 50 años.

Desde temprano, el Salón mostró un movimiento fuera de lo común, pues un acto protocolario como el de este viernes rompe con todas las líneas que dibuja la cotidianidad: no todos los días se reconoce al profesorado que literalmente ha hecho de la Universidad su otra casa, una donde ha estado compartiendo sus enseñanzas durante más de la mitad de su vida.

La Banda de Música de la Universidad de Sonora, dirigida magistralmente por Horacio Lagarda, ensaya con timidez las piezas que amalgamarán con todo su brillo el espíritu universitario con el agradecimiento hacia el cuerpo académico que ha forjado decenas de generaciones en todas las disciplinas de las ciencias y las artes, y que hoy llevan sobre sus hombros la tarea de transformar la entidad en una que mire hacia el futuro honrando siempre su pasado: tal como lo hace la alma mater.

Como en su primer día frente al grupo de estudiantes, muchos maestros arriban al Salón con la mirada de expectación y esperanza a reencontrarse físicamente con sus colegas, con sus conocidos, con sus seres del corazón, porque después de dos años de aislamiento provocado por la pandemia ha quedado enredada en los hilos del alma la paradoja del barco de Teseo, y queda la duda legítima de preguntarse si seguimos siendo los mismos o si somos diferentes después de tantas reparaciones al espíritu de sobrevivencia.

Hay una sonrisa nerviosa en muchos de los profesores que arriban al salón. No es una sensación gratuita: el cariño por la Universidad ha sido su motor, y que ahora la institución los reconozca hace que aflore el ramillete primoroso de mariposas amarillas que alguna vez protegió a Mauricio Babilonia en las calles de Macondo, cuando se fundía de amor por Remedios Buendía.

Quizá no haya tanto vigor como cuando se colocaron por primera vez ante el grupo de estudiantes, tal vez no haya la fuerza para subir rápidamente los escalones, acaso la mirada sea más corta ahora, pero la dignidad y el deseo de seguir aportando conocimientos no tienen fecha de caducidad, y eso demuestra a su paso al interior del Salón de Convenciones el grupo de académicos que hoy recibirá reconocimiento. Herminio Ahumada, desde uno de los muros del edificio principal, y los fundadores de la Universidad deben sentirse orgulloso.

Dicen los filósofos que un día nunca se parece a otro: la fascinación del amanecer consiste en que cada 24 horas las cosas se replantean, se revaloran y adquieren un nuevo significado, y con ello el universo se pone a prueba otra vez. La ceremonia de este día presagia la luz de verdad que la máxima casa de estudios de Sonora ha dedicado a su planta académica, en avanzada hacia el próximo 15 de mayo, Día del Maestro.

Todos sabemos que los maestros son la piedra fundamental del desarrollo integral de la sociedad, aún en los momentos más oscuros marcados por las crisis sociales, políticas y económicas que ha atravesado nuestro país, y que ha obligado a repensar el accionar común en favor de las instituciones. En esa educación de impacto social que las universidades públicas deben ofrecer, los docentes juegan un papel fundamental. Y ese reconocimiento está por encima de cualquier esquema rutinario.

Casi todos tenemos en algún rincón del pasado las voces de las profesoras y profesores que días tras día nos llevaban de la mano hacia las rutas que recorrió Colón, o las aventuras de los caudillos de la Independencia, o nos hacían viajar a conocer las capitales de todo el mundo, o a recorrer los ríos navegables de Asia, o a leer las coplas del Marqués de Santillana, o a multiplicar base por altura sobre dos para sacar el área de un triángulo, o a conocer la tabla de los elementos… hasta llegar a las aulas universitarias.

Y a estas alturas de nuestra edad debemos reconocer agradecidamente, como lo hace ahora la Universidad de Sonora, que parte de lo que somos se lo debemos a ellos, así como alguien en algún lugar estará agradeciéndonos haber sido sus maestros. No sabemos quiénes ni cuántos, pero seguramente habrán tenido la fortuna de toparse con algún rostro que recuerdan vagamente y que les sonríe luminosamente desde el pasado para preguntarles “¿Cómo está, maestra; cómo está, maestro?”

No olvidemos que la primera virtud del maestro es la atención, y la segunda es el ingenio: las máquinas de Leonardo da Vinci y el método de René Descartes son frutos de la misma meticulosidad ingeniosa por darle cuerpo a la algarabía de la composición y de enunciar un orden, un orden capaz de combinar la materia y el espíritu.

Así, de alguna manera, en alguna aula del pasado, un profesor combinó la materia y el espíritu que nos conforma y nos dio el aliento para llegar a este día, en el que tal vez ese profesor o esa académica de nuestra juventud universitaria reciba un reconocimiento en el Centro de las Artes, y a quien en silencio, con un nudo de nostalgia en la garganta, le brindamos una íntima mariposa amarilla de gratitud eterna.

Este día se reconocerán en el Salón de Convenciones del Centro de las Artes a 153 catedráticos: 54 mujeres y 99 varones. De ese total, 49 son por 25 años frente al aula; 34 por 30 años; 48 más por 35 años, 14 docentes con 40 años de servicio; 4 más por 45 años y 4 por 50 años de labor docente frente al grupo. Además, se entregarán 109 reconocimientos a docentes que han cumplido 15 y 20 años de servicio académico en la institución, a quienes se les hará la entrega en sus respectivos departamentos.