La eternidad también se construye en las aulas; felicidades, maestros de la Universidad de Sonora

15 de mayo de 2019


Armando Zamora

“Maestro, ¿recuerda usted la primera clase que impartió en la Universidad?” —le pregunté al docente en medio de una entrevista. Él me observó entrecerrando los ojos, como tratando de ver por la hendija que dejaban sus párpados y a través del nevado tamiz que formaban sus canosas pestañas para encontrar alguna respuesta que encerrara lo vivido 45 años atrás, cuando estuvo frente a un grupo de estudiantes por primera vez.

Se arrellanó en su sillón y me respondió que no lo recordaba por una sencilla razón: porque siempre creyó que todas las clases fueron una sola que se fue prolongando al paso de los años, aunque a cada nuevo grupo le daba la misma clase y que las materias que impartía se llamaran igual o se llevaran a cabo en las mismas aulas o laboratorios, nunca fueron en realidad exactamente las mismas, ya que siempre había cosas que cambiaban.

Un poco a la manera de Heráclito, o más bien de Cleantes —que versó sobre la posibilidad de que un río es siempre el mismo pero a la vez es diferente pues sus aguas no son las mismas—, el maestro Jesús Antonio Alcántar Bojórquez aquel día de septiembre de 2013 me dio una lección de eternidad en la profesión docente, porque las materias podrán llamarse igual en la currícula de diferentes años, pero en la práctica son diferentes, ya que distintos son los alumnos y heterogéneo su origen.

Jubilado a los 40 años de servicio, el profesor siguió otorgando asesorías a los estudiantes universitarios durante ocho años más: sólo la muerte, que tiene la prerrogativa de ordenar a la moira Átropos que corte el hilo de la vida de todos los seres que habitan el planeta, pudo acabar esa historia… pero no borró el recuerdo. Y los recuerdos son la sustancia de que está hecha la inmortalidad.

Jesús Antonio Alcántar Bojórquez falleció el 14 de agosto de 2016, pero aquel día de septiembre me descubrió que la eternidad también se construye en las aulas, y me dijo algo más: “La Universidad de Sonora es mi universidad, es mi casa. Esta es mi casa, y donde duermo es mi domicilio, porque llevo más años aquí que donde vivo”. Entendí entonces que los maestros de la vieja guardia, quizá huérfanos de la informática y ajenos a la obsesión absurda de alimentar la endogamia de las instituciones, están hechos de materias en peligro de extinción: ética, moral, responsabilidad, honradez…

15 de mayo, Día del Maestro

Hoy es 15 de mayo, Día del Maestro, según el calendario de festejos en nuestro país. Un día íntimamente ligado a la Universidad de Sonora. Verán: en 1917, Aureliano Esquivel Casas ostentaba el cargo de director de Internados de la Secretaría de Educación Pública, y fue él quien sugirió la fecha del 15 de mayo para conmemorar en México el Día del Maestro, en una “intención de reivindicación y de liberación” al hacerla coincidir con el aniversario de la toma de Querétaro (1867), que marcó el fin del Imperio de Maximiliano.

Los diputados Benito Ramírez García y Enrique Viesca Lobatón recogieron la propuesta del profesor Esquivel Casas y la presentaron al Congreso de la Unión, y el 27 de diciembre de 1917 fue establecido el Día del Maestro por decreto del presidente Venustiano Carranza, que se celebró por vez primera el 15 de mayo de 1918, hace 101 años.

En 1940, Aureliano Esquivel Casas se trasladó al estado de Sonora como inspector de Centro Federales, y el 15 de septiembre de 1942, el Comité Administrativo de la Universidad de Sonora (CAUS) lo designó director de las escuelas Secundaria, Normal y Preparatoria, y organizador técnico de la naciente institución. La historia de la alma mater lo reconoce como el primer rector.

María Teresa, Isidro y Marco Antonio: origen es destino

Ayer fueron reconocidos tres maestros por sus 50 años de servicios docentes en la Universidad de Sonora: María Teresa Alessi Molina, Isidro Real Pérez y Marco Antonio Valencia Arvizu, los tres provenientes de diferentes disciplinas pero hechos en la misma fragua con que se templa la grandeza: una indiscutible formación humana. En su caso, origen es destino.

Puedo imaginar a los tres maestros en sus clases iniciales entre 1968 y 1969. Muchas cosas sucedieron en el mundo en esos años, en que la humanidad soñaba porque había puesto su huella en la Luna. Y en medio de tanto revuelo, tres jóvenes maestros —María Teresa, Isidro y Marco Antonio— llegaron en diferentes fechas, meses antes, meses después, a compartir sus conocimientos con los jóvenes que acudían a la Universidad a forjar su destino: las utopías todavía florecían en los jardines de la institución y los jóvenes interactuaban con sus pares de otras disciplinas para ampliar su bagaje cultural en la práctica, no por obra y gracia de la levedad de las papeletas.

En 1976 tuve la fortuna de ser alumno de la maestra Alessi en la Escuela de Altos Estudios: hace casi 43 años. Formaba parte de un grupo de docentes de indiscutida excelencia académica. Algunos de ellos ya no están con nosotros, pero su recuerdo sigue aleteando como colibrí en los rincones más luminosos de la Universidad de Sonora, defendiéndose de los zarpazos del olvido.

Vi el nombre de Teresa Alessi entre los tres maestros a quienes se les reconocieron 50 años como profesores en la alma mater, y recordé de inmediato los pasillos de la Escuela de Altos Estudios, las grandes aulas de entonces, el olor a hierba y flores que flotaba desde el jardín interior, y volví a sentir las ganas de aprender de ella, tanto como de todos aquellos profesores, y abrigué el deseo de acercármele y decirle “Felicidades, profesora”, porque cuando uno es discípulo de una persona tan generosa, entusiasta y comprometida como ella, nunca deja de ser su alumno.

Sabemos que con el paso de los años, el alumno que uno fue en la juventud da paso en la madurez al profesional que con cada paso se acerca al otro extremo del camino. Cargado de blasones o con los brazos vacíos, es inevitable que cada día nos acerque más y más a ese punto donde habremos de dejar el lugar a quienes habrán de sucedernos.

En cierta forma somos los mismos de entonces, pero también somos diferentes, al más puro sentido de la paradoja de Teseo. Pero en la vida hay figuras que nos tocaron desde la primera palabra: aquellos maestros inolvidables que han permanecido siempre con nosotros, y ante ellos uno no ha cambiado, y para nosotros ellos tampoco han cambiado, porque —por si no lo sabían— la eternidad también se construye en las aulas.

Felicidades, María Teresa Alessi Molina: gracias por tu luz.